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La mujer en al-Ándalus a través de sus oficios

La legislación andalusí es clara en cuanto a la emancipación económica de la mujer y les identifica como agentes sociales autónomos y les atribuye la gestión exclusiva de sus ingresos. Este artículo recoge un estudio de los oficios que ostentaban las mujeres andalusíes para poder conocer un poco mejor cómo fueron sus vidas.

Por María Nieto Lozano, España

La buena letra no aprovecha a la ciencia, es un adorno en el papel tan solo; el estudio es mi meta y no deseo otra cosa, pues según su saber, se eleva el joven sobre los mortales. Umm al-Hassan1.

Realizar un estudio social sobre al-Ándalus, significa afrontar una tarea de gran complejidad. Primeramente, porque las fronteras andalusíes supusieron una realidad tan cambiante que, teniendo esto en cuenta, y debido a que en su momento de mayor extensión se calcula que diez millones de personas vivieron dentro de sus confines, resulta inabarcable historiar de manera generalizada. Más aún cuando su existencia es tan dilatada en el tiempo – desde 711 hasta 1492 – como en el espacio –Península Ibérica y parte del Reino Franco hasta Poitiers–. Asimismo, la naturaleza de las fuentes históricas empeora las circunstancias para desempeñar dicha labor, ya que los documentos de archivo que han llegado a nuestros días no son suficientes para lo que cabría esperar de esta época tan esplendorosa.

A ello se le suma el silencio historiográfico que durante tantos siglos y en tantas sociedades, islámicas o no, se ha venido profiriendo hacia la mujer. Esta omisión responde al hecho de que durante miles de años el protagonista social es el hombre -que es quien tiene el poder-  y, salvo en contadas ocasiones, el lugar natural de la mujer va a ser la esfera privada, la esfera doméstica. Pese a esto, el silencio no es total y existen referencias de mujeres que se salvaron de ser orilladas de la Historia por desempeñar un oficio ilustre o tener cierta relevancia en la corte. Aun así, todas ellas comparten un sesgo común: su promoción fue auspiciada por la figura de un varón distinguido de su familia, ya fuera el padre, el hermano o el esposo.

Llegados a este punto, huelga decir que aquellas referencias que nos han llegado son de mujeres pertenecientes a las clases superiores de la sociedad. Si además tenemos en cuenta que la tendencia es entender al-Ándalus como un gran espacio urbano e ignorar el mundo rural, asistimos a una doble marginación en las fuentes: ser mujer y ser humilde.

© Pixabay

A través del estudio de los oficios que ostentaban las mujeres andalusíes podemos conocer un poco mejor cómo fueron sus vidas. La legislación andalusí es clara en cuanto a la emancipación económica de la mujer y las identifica como agentes sociales autónomos y les atribuye la gestión exclusiva de sus ingresos2. De la misma manera, en el Corán también encontramos una manifestación clara sobre el trabajo de mujeres y hombres en el capítulo 3, versículo 196

“No permitiré que se pierda el trabajo de ninguno de vosotros, sea hombre o mujer. Procedéis unos de otros.”

Sin embargo, las opciones laborales que en la práctica la sociedad ofrecía a la mujer eran muy reducidas.

En lo que respecta a las ocupaciones de las mujeres humildes, éstas orbitarán casi siempre en torno al cuidado del hogar y los hijos. Aunque algunos estudios no incluyan esta labor como un oficio al no ser una tarea productivista ni remunerada, lo justo es detenerse y manifestar la importancia que merece el trabajo para el hogar desde el hogar.

En este sentido, apuntan algunos historiadores que el padre de familia tendrá los medios de producción y la mujer los de reproducción.

La mujer que viva en el medio rural, aparte de trabajar dentro de la casa para la familia,  también llevará a cabo labores agrícolas tales como la siembra, la recolección, o el cuidado del huerto. El trabajo en el campo sería extensible a sus ocupaciones domésticas y, como tal, tampoco será un trabajo por el que reciba ninguna compensación económica. Gracias a un poema de Abu I-Bakarat al-Balafiqi sabemos de la existencia de la figura de una guardiana de huerto.

Solo en ocasiones excepcionales, como la muerte del marido, las mujeres del pueblo llano saldrán de su circunscripción doméstica para obtener ingresos y mantener a su familia. Los trabajos desempeñados más comunes serán el de sirvienta doméstica, nodriza o bordadora; labores que, aun siendo asalariadas, no dejan de pertenecer al ámbito privado y hogareño. A las sirvientas se les realizaba previamente un contrato tal y como lo entendemos hoy: en él se cerraba su sueldo, se consignaban las tareas a realizar y se fijaba el tiempo de duración del trabajo. La criada servía a la madjuma3 -mujer con la categoría social suficiente para ser servida- en todo lo que ésta dispusiera en relación a su hogar, su limpieza, la compra en el mercado, la preparación de los alimentos, etc.

En cuanto a las nodrizas, podemos decir que los padres realizaban una ardua búsqueda de la candidata para cerciorarse de que la mujer que habría de alimentar a su criatura fuera una persona sana y honesta. Virtud ésta última nada desdeñable pues se tenía el convencimiento de que, a través de la leche materna, la nodriza podía transmitir al bebé sus bondades y defectos. La nodriza podía ser contratada por capricho o por necesidad, y en cualquiera de los casos, podía trabajar en casa del bebé o en la suya propia. En el segundo caso, aparte de recibir dinero en metálico, los padres también la proveían de buenos alimentos y combustible para que siguiera un estilo de vida saludable. Como esta situación era propia de familias de posición social elevada, la nodriza podía aprovechar el vínculo generado con la familia para relacionarse bien.

Del oficio de bordadora conocemos que era un saber transmitido oralmente, cuyos conocimientos se difundirían de generación en generación. Algunos documentos apuntan a que las mujeres pudieron acudir a casa de una maestra que impartiría clases sobre las técnicas de trabajo.

Averroes fue muy crítico con la sociedad andalusí, la suya propia, en cuanto a la relegación de la mujer a la esfera privada y así lo reflejó en su Exposición de la República de Platón. En ella el filósofo reprende la situación del común de las mujeres, a quienes se les suponen iguales habilidades que a los hombres, pero se las desplaza de la vida pública, ocupándose éstas únicamente de las actividades antes mencionadas.

Según el filósofo, la mujer debería gozar de la misma situación que el varón en este orden de cosas y así podrían ser guerreros, filósofos, jefes etc.4

Tal y como comentamos anteriormente, sabemos de la existencia de una minoría de mujeres que sortearon su destino de resguardo en el hogar para desempeñar labores intelectuales y destacar en un ambiente predominantemente masculino. Tradicionalmente, las fuentes historiográficas han venido denominándolas como “mujeres sabias”, concepto que aglutina a profesionales de distintas disciplinas como poetas, literatas, médicas, historiadoras o astrónomas.

En su trabajo, las mujeres “sabias” de Al-Andalus, Mª Luisa Ávila nos ofrece una visión panorámica de estas intelectuales, arrojando una relación de 116 mujeres destacadas en diversos ámbitos. Gracias a los datos de su investigación ha sido posible realizar las siguientes gráficas con las que se pretende mostrar los entornos cronológicos y geográficos de dichas mujeres y sus actividades.5

Como puede apreciarse, la presencia de mujeres intelectuales en al-Andalus se distribuye a través de los siglos de manera dispar.

En la gráfica están representadas 113 mujeres, ya que de 3 de ellas no se conoce con certeza en qué centuria vivieron.

En cuanto a la dispersión territorial, destaca holgadamente Córdoba como el lugar más concurrido con respecto a la siguiente localidad, Granada.

Esto se debe al ambiente propicio que se generó en la capital del Califato para el desarrollo de la intelectualidad y la promoción de mujeres de las clases superiores.

En la gráfica se muestran los datos relativos a 80 mujeres debido a la dificultad para documentar y cuantificar los movimientos de todas ellas.

Hemos de suponer que algunas residieron en sus correspondientes ciudades natales toda la vida, pero que muchas otras se desplazaron desde sus lugares de origen a otras ciudades según intereses políticos, como la disolución del Califato de Córdoba, o por cuestiones familiares, por ejemplo, al contraer matrimonio.

Los datos representados nos indican que las mujeres andalusíes tendieron al desarrollo intelectual de las letras, especialmente en la rama de la poesía. Que la poesía sea el arte más cultivado no es de extrañar, ya que sustituye a la representación iconográfica y se convierte en la herramienta más potente del arte islámico para describir ideas y sentimientos.

Son 44 las mujeres poetas de las que tenemos conocimiento según las biografías y compendios que han llegado a nuestro tiempo. El trabajo de estas poetisas fue loable no solo por la habilidad literaria y conocimiento de la métrica demostrados, sino porque, además, la escritura era una destreza eminentemente masculina. La temática de las obras no es muy extensa, éstas solían ser panegíricos, sátiras o versos de amor.

Zaynab y Hamda bt. Ziyad al-Muaddib, Nazhun Al.Qulaiyya y Hafsa al Rakuniyya6, fueron las más célebres poetas andalusíes. Las poetisas fueron ciudadanas libres y, mayoritariamente, de familia noble.

También destacaron escritoras, y literatas en general, copistas, así como lo que hoy conoceríamos como filólogas: metristas, gramáticas, lexicógrafas…7

Aunque no podamos considerarlo como un oficio per se, las esclavas cantoras eran a menudo educadas en el arte del canto, el baile o la poesía con el objetivo de acceder a tertulias poéticas masculinas, improvisando agudas respuestas en verso, o participando en ellas como cantoras8. Es importante explicar que en la sociedad andalusí, no se desplaza a las esclavas fuera de la estructura familiar. Además el concepto de bastardía es muy diferente al de otras sociedades europeas: si una esclava tenía un hijo del dueño que cohabitaba con ella, ese hijo era tan legítimo como cualquiera. Se trataba de una situación tan normalizada que era frecuente que la madre del varón eligiera las esclavas que más adecuadas le parecieran para su hijo. El Corán indica que casarse con un esclavo o prisionero de guerra está permitido, pero solo cuando dicho matrimonio está legalmente constituido y, por lo tanto, confiere a la mujer en cuestión los mismos derechos que a una mujer libre9.

También tenemos constancia de mujeres andalusíes dedicadas a la enseñanza, concretamente tres maestras sevillanas que vivieron hacia el final del Califato Omeya10. Se trata de Maryam bt. Abi Ya’qub al Faysuli al-Ansari que se dedicó principalmente a la educación de las niñas en edad temprana, de Fátima bt. Muhammad quien perteneció a una de las familias más importantes de la cultura sevillana y de Amat al-Rahman bt. Ahmad b. Abd. al-Rahman, de quien sabemos poco más allá de que murió a los 80 años sin haber contraído matrimonio. En general, los maestros solían impartir las clases en las mezquitas o en sus propias casas. Allí acudían los niños a aprender y memorizar las Sagradas Escrituras y a ser iniciados en el aprendizaje del árabe clásico. Las familias que podían proporcionarles a sus hijos una mejor formación, contrataban a un maestro para que impartiera sus lecciones a domicilio.

El procedimiento era distinto si una niña quería formarse, ya que debía convencer al maestro y, de aceptar éste, colocarían una cortina en el aula, detrás de la cual se parapetaría la alumna para no ser vista por sus compañeros varones.

El ámbito científico también fue dominio del hombre durante la Edad Media; solo en contadas ocasiones las mujeres pudieron aproximarse a la ciencia.

Sin embargo, al contrario que en otras sociedades occidentales, las mujeres andalusíes no fueron acusadas de practicar brujería por poseer conocimientos relativos a la naturaleza y aplicarlos a la medicina.

De hecho, existieron las qabilas o matronas, una profesión que únicamente ejercían las mujeres. Ellas no solo asistían a la parturienta y al bebé en el momento del nacimiento, sino que abarcaban un terreno más amplio, por ejemplo, dando fe de la virginidad o el grado de fertilidad de una mujer. Esto nos lleva a pensar que la qabila no fuese solamente una matrona, sino lo más parecido a una ginecóloga. El médico cordobés Arib ibn Sa’id recogió en su tratado médico que las matronas debían ser cuidadosas y de modos suaves, tener instrumentos y conocimientos amplios, gran experiencia y práctica en mujeres, y poseer las uñas cortas para recibir al recién nacido11. Tal y como sucedía en los oficios más humildes, los conocimientos fluctuaban de generación en generación y de manera oral.

Muestra destacable de ello, es la figura es Ana, la Griega, hija de una matrona, que fue hecha cautiva en Sicilia. Su dueño trataba de traducir e interpretar del griego al árabe el tratado de botánica de Dioscórides, y gracias a los conocimientos de Ana en la lengua griega y en las plantas como recursos medicinales, completó su trabajo.

Ejemplo de difusión de la ciencia entre mujeres de la familia, también lo fueron Umm Amr –literalmente madre de Amr– y su hija –cuyo nombre desconocemos– pertenecientes a los Banu Zuhr, familia de notables médicos. Ellas llegaron a convertirse en los médicos de la corte de los jalifas almohades y atendieron, no solo a las mujeres, sino a los miembros de toda la familia.

Aparte de las dedicadas a la ciencia médica, sabemos de la existencia de dos mujeres científicas que vivieron en la segunda mitad del siglo X.

Lubna que se especializó en matemáticas y una esclava, cuyo nombre desconocemos, que estudió astronomía durante tres años y se la empleó como astrónoma de la corte.

Pese a sus carreras brillantes, las menciones en las fuentes a estas mujeres son muy escasas.

Otras muchas mujeres se entregaron a una vida religiosa. Es el caso de Amat al-Rahman, mencionada anteriormente como maestra, que era conocida como “la asceta” y destacó por su vida recta y sus prácticas piadosas.

En cuanto al conocimiento de las “ciencias islámicas”, podemos afirmar que muchos hombres andalusíes consagraron su vida al estudio del Corán: su interpretación, su lexicografía, etc., convirtiéndose en expertos en materia religiosa.

El papel de la mujer en este ámbito cobraba un sentido distinto, ya que su aproximación a las Sagradas Escrituras no tenía un propósito de estudio sino otro más estético: memorizar el texto para copiarlo. Estas copias tenían un valor religioso y artesanal incalculable por el preciosismo de su cuidada caligrafía y floritura, pero estaban exentas del trabajo de exégesis que ostentaban sus parientes varones.

Sirva lo anterior como muestra para confirmar que durante la Edad Media los oficios desempeñados por la mujer han sido mayoritariamente de ornato o, en cualquier caso, complementarios a los del hombre.

La poeta Umm al-Hassan escribió los versos que encabezan este artículo, en los que expresa que la buena letra, la caligráfica, sólo es un adorno que no es útil a la ciencia. En ellos podemos intuir el deseo de una andalusí culta que reivindica el trabajo de la mujer con fines no ornamentales.

Pero, incluso en estas circunstancias, con todo el terreno de la educación superior vedada para ellas, es notable verificar la existencia de un centenar de mujeres que destacaron por sus conocimientos. Saberes de medicina, bordados o gramática, que se transmitieron al calor del hogar, de madre a hija. Saberes de mujeres que dieron un paso más allá de la transmisión oral y escribieron. Saberes de mujeres sencillas que, siendo madres, lecheras, o tejedoras, no han dejado ni una huella en la documentación.

Referencias:

1. Garulo, T., Diwan de las poetisas de al-Andalus, p.134.

2. Marín, M., Vida de mujeres andalusíes, p. 161.

3. Marín, M., Vida de mujeres andalusíes, p. 163.

4. Viguera, Mª J., Reflejos cronísticos de mujeres andalusíes y magrebíes, p. 835.

5. Ávila, Mª Luisa, Las mujeres “sabias” de al-Andalus, p. 141

6. Rubiera, Mª Jesús, Oficios nobles, oficios viles en Actas de las V Jornadas de investigación interdisciplinaria I. “La mujer en al-Andalus: reflejos históricos de su actividad y categorías sociales”. p. 72

7. Garulo, T., Diwan de las poetisas de al-Andalus, p. 47

8. Marín, M., Vidas de mujeres andalusíes, p. 26.

9. Sagrado Corán (24:33-34)

10. Valencia, R., Tres maestras sevillanas en la época del Califato Omeya, en Actas de las V Jornadas de investigación interdisciplinaria I. “La mujer en al-Andalus: reflejos históricos de su actividad y categorías sociales”. p. 185.

11. Jiménez, Mª Fuensanta, La “qabila”: historia de la matrona olvidada de al-Andalus (siglos VIII-XV), p. 4

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