Ahmadía

Islam en Argentina: Feria del Libro, clases de árabe y amistad interreligiosa.

Islam en Argentina: Feria del Libro, clases de árabe y amistad interreligiosa  

En mi vida como misionero tengo siempre muy presente el ejemplo del Profeta Muhammad (sa) que esperaba con mucho entusiasmo los días del Hayy [peregrinación] para recibir en su ciudad a las diferentes caravanas de toda la península arábiga. En ese período, el Santo Profeta hacía un esfuerzo extraordinario para visitar a cada delegación y transmitir personalmente el mensaje del islam. Es una hermosa lección para nosotros que no debemos perder la oportunidad de compartir las enseñanzas de Dios y tenemos que estar siempre atentos a explorar nuevas vías para la difusión del islam.  

Recuerdo que allá por enero de 2018, apenas habían pasado unos meses desde mi llegada como pionero a Argentina, un día, paseando por la ciudad, vi un cartel de la Feria Internacional del Libro, el evento cultural más significativo de Buenos Aires y una de las cinco ferias del libro más grandes del mundo. Inmediatamente, me di cuenta de su importancia, pero no sabía si era el momento oportuno para intentar participar en ella. Me había graduado recientemente como misionero con poca experiencia práctica- y no tenía ningún equipo para que me ayudara. Además, mi español era todavía muy básico, por lo que tenía dificultades incluso en las conversaciones más sencillas de la vida cotidiana. A pesar de estas dudas, había algo muy presente en mi mente, que finalmente me convenció de que tenía que acercarme a la Feria del Libro.

Justo antes de mi llegada a este país, tuve el privilegio de tener una audiencia personal en Inglaterra con Su Santidad, el jalifa espiritual de la Comunidad Ahmadía, en la que le expresé que estaba sumamente preocupado por cómo promulgar, como pionero, el mensaje de nuestra comunidad a los argentinos. Ante esto, Su Santidad respondió: ‘Cuando quieres enseñar a alguien a nadar, simplemente lo tiras al agua fría. Así que he hecho lo mismo contigo, pero Al’lah te enseñará a nadar’.      

Estaba convencido de que la próxima Feria del Libro iba a ser la primera prueba de mi fe en las benditas palabras del Jalifa. Por lo tanto, decidí lanzarme al agua fría con la firme convicción de que Dios me enseñaría a nadar.

Desde el principio de la Feria del Libro pude percibir que había mucha curiosidad por nuestros principios, pero de alguna manera muchos no se animaban a expresar sus preguntas. 

Mi colega, que había venido desde Uruguay para apoyarme, sugirió que tal vez podríamos ofrecer escribir los nombres de los visitantes en caligrafía árabe de forma gratuita con el fin de romper el hielo y acercarlos a nuestra exposición. Debo confesar que había aceptado su sugerencia sólo por cortesía, pero en el fondo estaba muy escéptico. No veía la conexión entre la caligrafía y el diálogo profundo sobre cuestiones religiosas. Para mi sorpresa, ¡muy pronto me di cuenta de que estaba totalmente equivocado! Pronto, se armó una fila larga y resultó que las personas se sentían mucho más cómodas para conversar sobre nuestras creencias mientras esperaban su turno. Una pregunta muy común era si dábamos alguna clase sobre la lengua árabe y el islam. Al principio -teniendo en cuenta que todavía no teníamos ningún lugar físico en Argentina- la respuesta era simplemente: “Lo siento, no por el momento”. La constante repetición de la misma pregunta me hizo cambiar la respuesta, y una vez más decidí tirarme al agua fría. Poco después, se añadió otro cartel en la pared del stand que decía ‘Anotate aquí para las clases gratuitas de árabe e islam’.

Al final de la Feria, teníamos más de 100 personas inscriptas. Por lo tanto, el nuevo desafío era encontrar un lugar adecuado para estas clases. Temporalmente, iniciamos los encuentros en una cafetería y dividimos a los participantes en varios grupos más pequeños. El proceso de organizar el curso fue muy arduo, ya que mi única ayudante en ese momento era mi esposa embarazada de seis meses. Muchos años después, guardamos algunos recuerdos únicos de esos tiempos. Entrar en la cafetería con mi sombrero islámico y mi pareja con su velo, mientras llevaba una pizarra blanca en una mano, algunos libros y folletos en la otra… ¡hacía que muchas cabezas se volvieran en nuestra dirección! En el momento en que armé la pizarra, casi todo el mundo en la cafetería ya miraba con interés hacia nosotros. Fue bastante interesante ver cómo algunas personas detenían sus conversaciones y me observaban sólo para ver qué iba a enseñar. De alguna manera, una vez que llegaban los alumnos y yo empezaba la clase con las palabras “Assalamu Alaikum”, toda la incomodidad desaparecía. Me sentía feliz explicando las reglas gramaticales del árabe en español, y aún más relajado cuando hablaba del islam. A mi alrededor veía también a los mozos y los clientes que intentaban chusmear y ponerse al día con mi charla, lo cual era muy alentador. Nunca olvidaré la tarde en la que el cocinero salió de la cocina y se quedó en la puerta escuchando nuestra clase.

Finalmente, tras unos meses, inauguramos nuestra primera sede en Argentina y continuamos nuestras jornadas allí. Sin embargo, poco después apareció el siguiente obstáculo con la inesperada pandemia de COVID-19. Al principio tuvimos que suspender todas las actividades, pero como el mundo entero se convirtió en una aldea global virtual, también trasladamos nuestras clases a la pantalla digital. Esto resultó un cambio muy oportuno, ya que nos permitió llevar nuestro mensaje a lo largo y ancho del país, incluso a los lugares más remotos. 

Como ahmadi musulmanes creemos que Dios ha establecido categóricamente la libertad de creencia y nuestro deber es sólo transmitir el mensaje divino. Asimismo, el objetivo de nuestro trabajo no es imponer nuestra religión, sino compartir nuestras doctrinas y promover la amistad entre las diferentes comunidades religiosas. De hecho, nuestros alumnos desempeñan un papel fundamental en esta tarea. Algunos de ellos no sólo se han unido a nuestra comunidad, sino que ahora ellos mismos enseñan. Hay otros que nunca se habían imaginado aprender el idioma árabe pero ahora pueden recitar el Corán en su idioma original, analizar la caligrafía árabe y mantener intercambios con hablantes nativos. También hay estudiantes que se beneficiaron tanto de esta formación que consideran que es su responsabilidad compartir el verdadero conocimiento sobre el islam con sus profesores y compañeros.  Hace poco, un joven que había completado nuestro curso coordinó una entrevista con un importante medio de comunicación de su ciudad y me invitó a conocer a los líderes de su iglesia local. Además, hay concurrentes que aún no están plenamente convencidos de ser musulmanes, pero nos acompañan en las oraciones y colaboran de todo corazón como voluntarios en nuestras diversos proyectos solidarios. En síntesis, nuestros alumnos funcionan muchas veces como el puente para conectarnos con las autoridades, los periodistas y los distintos líderes religiosos de sus zonas.    

En conclusión, estas clases son y han sido una gran inspiración para mí, ya que fui testigo de que si uno, con absoluta sinceridad, se esfuerza por servir a Dios, entonces Él mismo te facilita el camino. He experimentado en los últimos años que cada vez que me lanzaba al agua fría, Él mismo me enseñaba a nadar. En verdad,  no considero un logro personal lo que he vivido, sino que lo relaciono con la promesa divina cedida al fundador de nuestra comunidad, Su Santidad Mirza Ghulam Ahmad (la paz sea con él):

‘Haré (Yo Dios) que tu mensaje llegue a los rincones de la tierra’.

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