El Santo Profeta Muhammad

La vida de Muhammad (sa) Parte 8: El Profeta (sa) llega a Medina

Su Santidad Mirza Bashir-Ud-Din Mahmud Ahmad (ra), Segundo Jalifa Comunidad Musulmana Ahmadia

©Pixabay

Continuación de lo anterior…

Puedes escucharlo en el siguiente enlace:

Volvamos al relato de la Hégira. Después de haber despedido a Suraqa, el Profeta (sa) prosiguió su viaje a Medina sin ser molestado. Al llegar a Medina, el Profeta (sa) encontró a mucha gente que le esperaba con impaciencia. Para ellos, no podría haber amanecido un día más prometedor. El sol que se había levantado en La Meca había venido a brillar en Medina.

Las noticias de la salida del Profeta (sa) de La Meca ya habían llegado a Medina, y los habitantes esperaban su llegada. Salieron varios grupos a su encuentro a kilómetros de distancia de Medina.

Salían por la mañana y regresaban decepcionados por la noche. Cuando el Profeta (sa) llegó finalmente, decidió detenerse en Quba, un pueblo cercano. Un judío había visto dos camellos y había deducido que llevaban al Profeta (sa) y sus Compañeros. Subió a un monte y gritó:

“¡Hijos de Qaila! ¡Quien esperáis ya ha venido!”

Todos los medinitas que oyeron esta exclamación corrieron hacia Quba, mientras que los habitantes de Quba, colmados de alegría por la llegada del Profeta (sa), cantaban en su honor. La gran sencillez del Profeta (sa) queda reflejada en un incidente que tuvo lugar durante su estancia en Quba. La mayoría de los medinitas no habían visto antes al Profeta (sa). Cuando vieron a su grupo sentado debajo de un árbol, muchos tomaron a Abu Bakr (ra) por el Profeta (sa). Abu Bakr (ra), a pesar de ser más joven, tenía la barba más canosa que la del Profeta (sa) y estaba mejor vestido que él. Se dirigieron, por lo tanto, a él, sentándose delante suya tras mostrarle la reverencia debida. Cuando Abu Bakr (ra)  se dio cuenta que le estaban confundiendo con el Profeta (sa), se levantó, y cogiendo su capa, la colgó entre la luz del sol y el Profeta (sa), diciendo:

“Profeta (sa) de Dios, te está dando el sol, permíteme que te haga sombra” (Bujari).

Con tacto y cortesía aclaró a los visitantes medinitas su error. El Profeta (sa) permaneció diez días en Quba, al cabo de los cuales los medinitas le llevaron a su ciudad. Al entrar en la ciudad, vio que todos los habitantes, hombres, mujeres y niños, habían salido para recibirle. Entre las canciones que le ofrecían estaba ésta: La luna de la decimocuarta noche se ha levantado desde detrás de al-Wida. Siempre que tengamos entre nosotros a quien nos invite a ir hacia Dios, a Él debemos dar las gracias. A ti, quien nos has sido enviado por Dios, ofrecemos nuestra perfecta obediencia (Halbiyya).

El Profeta (sa) no entró en Medina desde su lado oriental. Al calificarle como la “luna de la decimocuarta noche”, querían decir que vivían en la oscuridad antes de que viniera el Profeta (sa) y derramara su luz sobre ellos. Era un lunes cuando el Profeta (sa) entró en Medina. Era también un lunes cuando salió de la cueva de Zour y curiosamente, también fue lunes el día que conquistó La Meca alrededor de diez años después.

Abu Ayyub Ansari (ra) anfitrión del Profeta (sa)

Mientras el Profeta (sa) estaba en Medina, todo el mundo aspiraba a tener el honor de ser su anfitrión. Al pasar con su camello por alguna de las calles, las familias hacían cola para recibirle, diciendo: “Aquí nos tienes, con nuestras casas, nuestros bienes y nuestra vida, para recibirte y ofrecerte nuestra protección. Ven a vivir con nosotros.”

Muchos mostraban un deseo aún mayor, adelantándose para sujetar las riendas del camello e insistiendo en que el Profeta (sa) desmontara ante sus puertas y entrara en sus casas. El Profeta (sa) rechazaba estas invitaciones con cortesía, diciendo: “Dejad libre a mi camello. Está bajo las órdenes de Dios; se detendrá donde Dios quiera que se detenga.” Finalmente, el camello se detuvo en un terreno perteneciente a unos huérfanos de la tribu de Banu Nayyar. El Profeta (sa) se bajó, diciendo: “Parece que Dios quiere que nos detengamos aquí.” Hizo algunas preguntas. El tutor de los huérfanos se presentó y ofreció el terreno para el uso del Profeta (sa).

Éste respondió que no aceptaría tal oferta si no se le permitía pagar. Se acordó un precio y el Profeta (sa) decidió construir en aquel terreno una mezquita y algunas casas. Resuelto este asunto, el Profeta (sa) preguntó quién era el que vivía más cerca de dicho terreno. Abu Ayyub Ansari (ra) se presentó y dijo que la casa donde él vivía se hallaba más próxima al terreno que las demás, y que estaba a disposición del Profeta (sa). El Profeta (sa) le pidió que le preparara una habitación en su casa. La casa de Abu Ayyub (ra) tenía dos plantas y ofreció al Profeta (sa) la planta superior. Pero el Profeta (sa) prefirió ocupar la planta inferior para la conveniencia de sus visitantes.

De nuevo quedó manifiesta la gran devoción de la gente de Medina por el Profeta (sa). Abu Ayyub (ra) accedió a que el Profeta (sa) ocupara la planta inferior, pero se negó a dormir en el piso bajo el cual vivía el Profeta (sa). Tanto él como su mujer lo consideraban una descortesía. En una ocasión, accidentalmente se rompió un cántaro de agua y el agua se derramó por el suelo.

Abu Ayyub (ra), temiendo que el agua goteara en la habitación ocupada por el Profeta (sa), la secó con su manta. Por la mañana, explicó al Profeta (sa) lo ocurrido durante la noche y el Profeta (sa) accedió a ocupar la planta superior. Abu Ayyub (ra) le preparaba la comida y se la llevaba.

El Profeta (sa) comía lo que deseaba, y Abu Ayyub (ra) el resto. Al cabo de unos días, otros también expresaron su deseo de ofrecer hospitalidad al Profeta (sa). Por tanto, mientras que el Profeta (sa) no se instaló en su propia casa, se hospedó por turnos en distintas casas medinitas. Una viuda tenía un hijo único de unos ocho años, llamado Anas (ra). Lo llevó al Profeta (sa), ofreciéndole para su servicio personal. Anas (ra) quedó inmortalizado en la historia del islam.

Llegó a ser un gran erudito y a poseer una gran riqueza. Vivió más de cien años, y en la época de los Jalifas gozaba de gran estima popular. Según dicen, Anas (ra) afirmaba que aunque entró al servicio del Profeta (sa) siendo un niño y permaneció con él hasta su muerte, el Profeta (sa) nunca le dirigió ninguna palabra brusca ni le hizo reproche alguno, ni le encargó jamás ninguna tarea que no fuera capaz de realizar. Durante su estancia en Medina, el Profeta (sa) no tenía consigo más que a Anas (ra). El testimonio de Anas (ra), por lo tanto, revela el carácter del Profeta (sa) en una época en la que su poder y su prosperidad en Medina iba en aumento.

Más tarde, el Profeta (sa) envió a su liberto Zaid (ra) a La Meca para recoger a su familia. Los mequíes se habían quedado perplejos ante la huida repentina y bien organizada del Profeta (sa) y sus seguidores. Durante algún tiempo, por tanto, no hicieron nada para molestarle. Cuando salieron de La Meca las familias del Profeta (sa) y de Abu Bakr (ra), los mequíes no les pusieron ningún obstáculo.

Las dos familias llegaron a Medina sin dificultades. Mientras tanto, el Profeta (sa) había establecido los cimientos de una mezquita en el terreno que con este propósito había comprado. Después, construyó viviendas para él y sus Compañeros. Tardó unos siete meses en construirlas.

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