El Santo Profeta Muhammad Islam

La Vida de Muhammad (sa) Parte 9: La vida en Medina se vuelve insegura

En esta sección exploramos la vida del Profeta Muhammad sa desde su nacimiento hasta su muerte, analizando su labor como profeta, como líder justo y como excelente marido. Tras el asentamiento del Profeta Muhammad sa en la ciudad Medina y el incremento de sus seguidores en la fe, la rivalidad por parte de sus enemigos asciende y aumentan sus deseos de acabar con la nueva fe. Para garantizar la paz y la convivencia entre los habitantes de distintas creencias, el Profeta Muhammad sa realizó un pacto entre musulmanes, árabes y judíos, para así crear una alianza que proporcionara la paz para toda la ciudadanía.

Su Santidad Mirza Bashir-Ud-Din Mahmud Ahmadra, Segundo Jalifa Comunidad Musulmana Ahmadía

Continuación de lo anterior…

Puedes escucharlo en el siguiente enlace:

Durante los primeros días que siguieron a la llegada del Profetasa a Medina, las tribus paganas de aquella zona empezaron a interesarse por el islam y la mayoría de sus miembros se unieron al movimiento. Pero también se unieron muchos que no estaban convencidos en su interior. De esta manera se infiltraron en el movimiento un grupo de personas que no se sentían realmente musulmanes. Sus miembros desempeñarían un papel muy siniestro en la historia posterior del islam. Algunos se hicieron musulmanes, pero otros permanecieron como hipócritas e intrigaron constantemente contra el islam y los creyentes.

Medina se convirtió en una ciudad musulmana. Se estableció en ella el culto del Único Dios. No había en el mundo otra ciudad que pudiera hacer tal reivindicación.

Algunos de los que se negaron a unirse al movimiento no soportaban la creciente influencia de la Nueva Fe, y emigraron de Medina a La Meca. Medina se convirtió en una ciudad musulmana. Se estableció en ella el culto del Único Dios. No había en el mundo otra ciudad que pudiera hacer tal reivindicación. Fue inmensa la alegría que supuso para el Profeta Muhammadsa y sus amigos ver cómo en sólo unos días después de su emigración, una ciudad entera accedía a renunciar a sus ídolos para establecer el culto al Dios Único e Invisible. Sin embargo, aún no había llegado la paz para los musulmanes. En la misma Medina, había un grupo de árabes que se había unido al islam en apariencia pero que eran en realidad enemigos feroces del Profeta Muhammadsa. Además, los judíos conspiraban constantemente en su contra. El Profetasa conocía estos peligros. Se mantuvo alerta e instó a sus amigos y seguidores a permanecer en guardia. Él mismo permanecía despierto, a menudo, durante toda la noche (Bari, Vol. 6, pág. 60). 

Las tribus deliberaron y decidieron guardar la casa del Profetasa por turnos.

Cansado de sus largas vigilias nocturnas, expresó en una ocasión su deseo de recibir ayuda. Pronto oyó el ruido de una armadura. “¿Qué ocurre?” preguntó. “Oh Profeta Muhammadsa, soy Sa’d bin Waqqasra. He venido a hacer de centinela para ti.” (Bujari y Muslim). Los medinitas estaban sensibilizados respecto a su gran responsabilidad. Habían invitado al Profeta Muhammadsa a que viniera a vivir entre ellos, y ahora les correspondía el deber de protegerle. Las tribus deliberaron y decidieron guardar la casa del Profetasa por turnos.

En lo relativo a la inseguridad personal y la falta de tranquilidad para sus seguidores, había poca diferencia entre la vida del Profetasa en La Meca y su vida en Medina. La única diferencia era que en Medina los musulmanes podían adorar a Dios abiertamente en la mezquita que habían construido en Su nombre. Podían reunirse con este propósito cinco veces al día sin tener que enfrentarse a obstáculos de ningún tipo.

Transcurrieron dos o tres meses. Los mequíes se recuperaron de su asombro y empezaron a elaborar proyectos para dificultar la vida de los musulmanes. Pronto se dieron cuenta que hostigar a los musulmanes en La Meca y sus alrededores no satisfacía sus propósitos. Era necesario atacar al Profetasa y a sus seguidores en Medina y expulsarles de su nuevo refugio. Por consiguiente, enviaron una carta a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salulra, el jefe medinita que antes de la llegada del Profetasa había sido aceptado por todos los grupos como rey. En la carta, dijeron que la llegada del Profetasa a Medina les había sorprendido, y que los medinitas habían cometido un error al ofrecerles refugio. Al final de la carta, decían:

Ahora que habéis admitido a nuestro enemigo en vuestra casa, juramos por Dios y declaramos que nosotros, los habitantes de La Meca, lanzaremos un ataque contra Medina, si vosotros, los medinitas no aceptáis expulsarle de Medina o declararle la guerra. Si nos vemos obligados a atacar Medina, pasaremos por la espada a todos los hombres sanos, y haremos esclavas a todas las mujeres (Abu Dawud, Kitab al-Jarall).

En muchas ocasiones, cuando fallecía un musulmán medinita, sus hijos compartían la herencia con sus hermanos mequíes.

Abdul’lah bin Ubayy ibn Salulra, pensó que esta carta era un don divino. Consultó con otros hipócritas de Medina y les dijo que si permitían que el Profetasa viviera en paz entre ellos acarrearían la hostilidad de los mequíes. Les incumbía, por lo tanto, declarar la guerra al Profetasa, aunque sólo fuera para tranquilizar a los mequíes. El Profetasa se enteró del asunto. Intentó convencer a Abdul’lah bin Ubayy ibn Salulra de que tal paso sería suicida, pues muchos medinitas se habían convertido en musulmanes y estaban dispuestos a sacrificar su vida por el islam. Si Abdul’lahra declaraba la guerra contra los musulmanes, la mayoría de los medinitas lucharían al lado de los musulmanes. Tal guerra, por lo tanto, le costaría cara y provocaría su propia destrucción. Abdul’lahra, impresionado por esta advertencia, abandonó su proyecto.

En esta época, el Profeta Muhammadsa adoptó otra medida importante. Reunió a los musulmanes y sugirió que cada dos musulmanes se unieran como hermanos. La idea fue bien recibida. Los medinitas adoptaron a los mequíes como hermanos. Bajo esta nueva hermandad, los musulmanes de Medina ofrecieron compartir su propiedad y bienes con los musulmanes de La Meca. Un musulmán medinita ofreció divorciarse de una de sus dos esposas, para ofrecerla en matrimonio a su hermano mequí. Los musulmanes mequíes se negaron a aceptar estas ofertas de los musulmanes medinitas, teniendo en consideración sus necesidades. Pero los medinitas insistieron hasta tal punto, que el asunto tuvo que ser referido al Profetasa. Los musulmanes de Medina alegaban que los musulmanes mequíes eran sus hermanos, por lo que tenían que compartir su propiedad. Los musulmanes mequíes no sabían cultivar la tierra, pero podían compartir los frutos del terreno en su lugar. Los mequíes, agradecidos, rechazaron esta oferta tan generosa, prefiriendo mantener su propia vocación comercial. Con el paso del tiempo, muchos musulmanes mequíes volvieron a hacerse ricos, pero los musulmanes medinitas recordaron siempre su promesa de compartir los bienes con sus hermanos mequíes. En muchas ocasiones, cuando fallecía un musulmán medinita, sus hijos compartían la herencia con sus hermanos mequíes. Esta costumbre continuó durante muchos años, hasta que el Corán la abolió mediante su enseñanza acerca de la división de la herencia (Bujari y Muslim).

El pacto entre diversas tribus de Medina

Además de unir a los musulmanes mequíes y medinitas en una hermandad, el Santo Profeta Muhammadsa estableció una alianza entre todos los habitantes de Medina. Mediante esta alianza, los árabes y los judíos se unieron en una ciudadanía conjunta con los musulmanes. El Profetasa explicó a los árabes y a los judíos que antes de surgir los musulmanes como grupo, sólo existían dos grupos en la ciudad, pero ahora con los musulmanes, eran tres. Era oportuno que firmaran un acuerdo mutuo y vinculante, que proporcionara a todos cierta seguridad de paz.

Los judíos mantendrán su propia fe, y los musulmanes la suya. Los seguidores de los judíos tendrán los mismos derechos que ellos.

Al final se llegó al siguiente acuerdo:

Entre el Profetasa de Dios y los Fieles por una parte, y quienes voluntariamente deseen pactar el acuerdo por otra. Si cualquier musulmán mequí es asesinado, se harán responsables los musulmanes mequíes. También será suya la responsabilidad de obtener la libertad de sus presos. Asimismo, las tribus musulmanas de Medina serán responsables de sus propias vidas y prisioneros. Quien se rebele o promueva la enemistad será considerado enemigo común. Será el deber de los demás luchar contra él, aunque fuera un hijo o familiar propio. Si un incrédulo muere en una batalla a manos de un creyente, sus familiares musulmanes no buscarán la venganza, ni ayudarán a los incrédulos en contra de los creyentes. Los judíos firmantes de esta alianza recibirán ayuda de los musulmanes. Los judíos no serán sometidos a ninguna tribulación. No se prestará ayuda a sus enemigos en contra suya. Ningún incrédulo ofrecerá alojamiento a mequí alguno. No actuará de fideicomisario de las propiedades mequíes. No participará en ninguna guerra entre musulmanes e incrédulos. Si se maltrata sin motivo a un creyente, los musulmanes tendrán el derecho de luchar contra los maltratadores. Si un enemigo común ataca Medina, los judíos lucharán al lado de los musulmanes y compartirán los gastos de la batalla. Las tribus judías aliadas con otras tribus medinitas tendrán los mismos derechos que los musulmanes. Los judíos mantendrán su propia fe, y los musulmanes la suya. Los seguidores de los judíos tendrán los mismos derechos que ellos. Los ciudadanos de Medina no tendrán derecho a declarar la guerra sin la aprobación del Profetasa, sin perjuicio del derecho de cualquier individuo a vengarse de un agravio personal. Los judíos sufragarán los gastos de su propia organización, y los musulmanes la suya. Pero en caso de guerra, actuarán unidos. La ciudad de Medina será considerada sagrada e inviolable por los firmantes del presente acuerdo. Los forasteros que entren bajo la protección de sus ciudadanos serán tratados como ciudadanos. Pero a los ciudadanos de Medina no se les permitirá admitir a ninguna mujer como ciudadana sin el permiso de su familia. Todo conflicto se referirá a Dios y al Profetasa para su decisión. Las partes firmantes del presente acuerdo no tendrán derecho a firmar acuerdos por separado con los mequíes ni con sus aliados, porque se acuerda una resistencia unida contra enemigos comunes. Las partes permanecerán unidas tanto en tiempo de paz como en tiempo de guerra. Ninguna parte firmará acuerdos de paz por separado. Pero no se obligará a ninguna parte a participar en las guerras. Sin embargo, la parte que cometa cualquier exceso será penalizada. En verdad, Dios protege a los justos y a los fieles, y Muhammadsa es Su Profetasa (Hisham).

Éste es, en resumen, el acuerdo que ha sido reconstruido en base a distintos fragmentos encontrados en documentos históricos. Del acuerdo se desprende claramente que, a la hora de resolver conflictos y desacuerdos entre los habitantes de Medina, los principios fundamentales eran la honestidad, la verdad y la justicia. Quienes cometieran excesos serían considerados responsables de los mismos. La alianza demuestra que el Profeta Muhammadsa del islam quería tratar a los otros ciudadanos con respeto y bondad, considerándoles como hermanos. Si más tarde surgieron conflictos y desacuerdos, la responsabilidad fue de los judíos.

Como ya se ha señalado, pasaron dos o tres meses antes de que los mequíes reanudaran sus actos de hostilidad contra el islam. Una de tales ocasiones la brindó Sa’d bin Mu’ahdra, jefe de los Aus de Medina, que llegó a La Meca para hacer el circuito de la Ka’ba. Abu Yahlra le vio, y le dijo: 

“Al dar tu protección al apóstata Muhammadsa ¿crees que puedes venir a La Meca y hacer tranquilamente el circuito de peregrinación de la Ka’ba?, ¿crees que le puedes proteger o salvar? Juro por Dios que de no haber sido por Abu Sufyan, no habrías podido volver a tu familia con seguridad.”

Sa’d bin Mu’adhra respondió:

 “Te aseguro que, si los mequíes nos impedís visitar la Ka’ba y hacer el circuito, no tendréis paz en vuestro camino a Siria.” 

En aquellos momentos, Walid bin Mughi(ra), un jefe mequí, se puso muy enfermo. Comprendió que se le acercaba la muerte y mientras los demás jefes estaban sentados a su alrededor, no pudo controlarse y rompió a llorar. Los jefes no lo entendían y preguntaron por qué lloraba. “¿Creéis que temo a la muerte? No, no temo a la muerte. Temo que la Fe de Muhammadsa se extienda hasta conquistar incluso La Meca.” Abu Sufyanra aseguró a Walid que mientras vivieran ellos, resistirían con su vida la extensión de esta fe. (Jamis, Vol.1). 

Si quieres continuar leyendo este magnífico libro, no te pierdas el siguiente capítulo en la siguiente edición de The Review of Religions en español.

Puedes ver el libro completo en el siguiente link:

https://www.ahmadiyya-islam.org/es/ publicaciones/la-vida-de-muhammad/

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