(Discurso pronunciado por Hazrat Mirza Bashiruddin Mahmud Ahmad (ra) el 16 de junio de 1944) [1]
Después de recitar el Tashahhud, el Ta’awwuz y la Surah Al-Fatihah, Hazrat Mirza Bashiruddin Mahmud Ahmad (ra) declaró:
Hace 13 siglos, o en realidad debería decir 13 siglos y medio, el Santo Profeta (sa) reunió a algunos de sus compañeros (ra) en una zona remota y les dijo: “Tenemos dos enemigos: el primero es la caravana que regresa de Siria y que trae comida y ropa para los ciudadanos de La Meca; y el otro, es una fuerza totalmente armada que nos supera considerablemente. A la luz de las indicaciones divinas, parece probable que tengamos que enfrentarnos al bien armado ejército. Ahora dime ¿Cuál es tu consejo?” Uno tras otro, los Muhayireen [musulmanes nativos de La Meca que luego emigraron a Medina] se levantaron y dijeron:
“¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Estamos dispuestos a luchar. Danos la orden y marcharemos hacia adelante”.
Cuando uno de los Muhajireen se sentaba después de expresar su opinión, el Santo Profeta (sa) decía: “¡Oh, gente! dadme vuestro consejo”. Cuando el Santo Profeta (sa) continuaba repitiendo, “Oh gente, dadme vuestro consejo”, un compañero Ansari [musulmanes nativos de Medina] se levantó y dijo, “’¡Oh Mensajero (sa) de Dios! Tal vez te refieras a nosotros. Nos has pedido repetidamente nuestra opinión a pesar de que has recibido muchas sugerencias y de que muchos de nuestros hermanos Muhayir ya se han levantado y han expresado sus opiniones. ¿Quizás deseas ahora que nosotros, los Ansari, demos nuestra opinión?”
El Santo Profeta (sa) respondió: “Sí, muy bien”. El compañero Ansari dijo entonces: “¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Hemos guardado silencio hasta ahora porque el enemigo que ha venido a luchar contra nosotros son los hermanos de nuestros compañeros muhayires. Nuestro amor y decencia nos obligó a permanecer en silencio para que no pareciera que estamos ansiosos por luchar contra los compañeros de nuestros hermanos. Por lo demás, oh Mensajero (sa) de Dios, simplemente no hay duda; estamos dispuestos a luchar en todos los sentidos”.
Además, dijo: “¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Ya que nos has pedido repetidamente nuestra opinión, tal vez te refieras al Juramento de Aqabah -el primer juramento que tuvo lugar en Medina- en el que prometimos que te ayudaríamos mientras estuvieras dentro de Medina, pero que no seríamos responsables de tu protección si salías y luchabas fuera de Medina. ¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Cuando hicimos esta promesa -en la que afirmamos que solo te ayudaríamos cuando estuvieras dentro de Medina, y que no seríamos responsables de tu protección si luchabas contra una tribu fuera de Medina- no éramos plenamente conscientes de tu elevado estatus, y por eso pusimos estas condiciones. Pero ahora que hemos comprendido tu verdadera grandeza y rango, no hay duda, ya sea que esta batalla ocurra dentro de Medina o fuera de ella, oh Mensajero (sa) de Dios, que lucharemos frente a ti y lucharemos detrás de ti; lucharemos a tu izquierda y lucharemos a tu derecha; y el enemigo tendrá que pisotear nuestros cadáveres para llegar a ti”. [2]
Así era la pasión que esta gente tenía por su fe en una época en la que el rango espiritual del Santo Profeta (sa) no se había manifestado completamente. Hubo muchos milagros y signos que se demostraron más tarde y también muchas partes del Sagrado Corán que se revelaron después.
Si cada signo aumenta la fe de uno, si cada milagro aumenta la fe de uno, si cada verso del Sagrado Corán aumenta la fe de uno, entonces, sin duda, habría innumerables oportunidades más por venir que aumentarían su fe.
Así, las etapas iniciales de la creencia de los compañeros en el Santo Profeta (sa) fueron reemplazadas gradualmente por un nivel sublime de fe, que era tan profundo que ningún punto, ningún ángulo, ningún aspecto o parte de su fe, quedó incompleto en su esplendor y belleza.
Sin embargo, incluso en estos primeros años, qué gloriosa declaración hizo este compañero (ra): “¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Lucharemos frente a ti y lucharemos detrás de ti; lucharemos a tu izquierda y lucharemos a tu derecha; y el enemigo tendrá que pisotear nuestros cadáveres para llegar a ti”. Esto lo dijo en el momento en que el Santo Profeta (sa) estaba vivo, cuando sus manos tenían la fuerza para tomar las armas y luchar él mismo contra el enemigo, cuando el Santo Profeta (sa) tenía la fuerza suficiente para defenderse de un ataque. En tales circunstancias, una persona no suele necesitar tanta protección en comparación con una situación en la que no puede defenderse; por ejemplo, cuando uno está dormido. Una persona que está dormida no puede defenderse y depende de sus amigos o allegados para que le cuiden. Del mismo modo, si una persona quiere deshonrar y desacreditar a alguien que está ausente, de nuevo ese individuo dependerá de la ayuda de sus amigos. Todo el mundo está dispuesto a expresar su amor y aprecio en presencia de alguien querido, pero el verdadero amor y aprecio es el que se exhibe incluso en ausencia de alguien a quien se aprecia profundamente. Por lo tanto, ese fue un momento en el que el Santo Profeta (sa) fue capaz de defenderse, y de hecho lo demostró en vida.
Durante la Batalla de Uhud, un feroz oponente entró en el campo de batalla y llamó al Santo Profeta (sa),
“¿Por qué no me desafía él mismo?”
Como era un general de renombre y con experiencia, los compañeros (ra) se reunieron alrededor del Santo Profeta (sa). Sin embargo, el Santo Profeta (sa) les ordenó que se apartaran y le permitieran acercarse. Cuando se acercó, el Santo Profeta (sa) empujó su lanza hacia delante y rozó ligeramente el pecho del oponente, provocando una herida muy leve que hizo que el oponente huyera y gritara de dolor. Cuando su gente le preguntó qué le ocurría, ya que solo había sufrido una herida muy leve, respondió:
“¡Qué sabéis vosotros! Esta herida es más dolorosa que ser apuñalado con mil lanzas”. [3]
Así, aunque el Santo Profeta (sa) estaba bajo la protección de Dios Todopoderoso, mientras estuvo vivo y pudo luchar, se enfrentó a todos los adversarios y dio ejemplo a la gente.
Así, encontramos que en un momento de la Batalla de Hunain, un incidente llevó a casi todos los compañeros (ra) a retirarse del campo de batalla, quedando solo 12 compañeros (ra) rodeando al Santo Profeta (sa). Después de consultar con Hazrat Abu Bakr (ra), Hazrat Abbas (ra) intentó alejar al Santo Profeta (sa) del campo de batalla, pero el Santo Profeta (sa) dijo: “¡Dejadme! Yo avanzaré”. [4]
Los compañeros (ra) ofrecieron sacrificios incomparables, pero ahora el Santo Profeta (sa) ya no está entre nosotros. Hoy en día, solo los que aman al Santo Profeta (sa) pueden defenderlo de las acusaciones que le lanzan sus críticos. En la época del Santo Profeta (sa), éste decía a sus compañeros (ra) que respondieran a cualquier acusación que se hiciera contra él. Muchas veces el Santo Profeta (sa) ordenaba a Hassan (ra) [bin Thabit] que respondiera:
اللّٰهُمَّ أَیِّدْهُ بِرُوحِ الْقُدُس
“¡Oh, Dios! Concede tu ayuda a Hassan a través de Tus signos”.
En ocasiones, el Santo Profeta (sa) guiaba a los compañeros (ra) sobre la mejor manera de actuar para que no respondieran de una forma que dé lugar a más represalias.
Todo esto ocurría incluso en esa época, pero ahora el último Mensajero portador de la ley (sa) ya no está entre nosotros, y en la actualidad el islam está siendo ridiculizado y atacado de una manera nunca antes vista.
Hace trece siglos y medio, la gente de La Meca -que conocía todos los movimientos del Santo Profeta (sa); que conocía todos sus lugares de descanso; que sabía lo que hacía durante la noche y también durante el día; que estaba al tanto de sus tratos cotidianos y también de su culto; que conocía la forma en que hablaba y se conducía- cuando el Santo Profeta (sa) les preguntó qué pensaban de él, respondieron que lo consideraban veraz y digno de confianza.
Pero hoy, trece siglos y medio después, los autores ignorantes e injustos de Europa han escrito cientos de páginas argumentando que el Santo Profeta (sa) era un mentiroso y un tramposo – Dios no lo quiera – que engañó a la gente para que aceptara su falsa afirmación con pruebas fabricadas.
La gente de La Meca, que conocía todos los aspectos manifiestos y ocultos de la vida del Santo Profeta (sa), lo declaró veraz y digno de confianza. Sin embargo, los escritores de Occidente, viviendo trece siglos y medio después de él, han intentado retratar al Santo Profeta (sa) en total contradicción, simplemente porque tienen poder, tienen fuerza, tienen autoridad y gobierno; tienen sus poderosos ejércitos, controlan los bancos y los medios de transporte. Están tan embriagados por su poder y autoridad que creen que nadie puede contrarrestar sus ataques. Creen que pueden seguir publicando propaganda sin obstáculos, y difundiendo crítica tras crítica. Además, también controlan los modos de educación y aprendizaje. Así, cuando los alumnos estudian en las universidades, se les exige que lean los libros escritos por estos autores. Después de leerlos, cuando dejan la universidad, el amor del Santo Profeta (sa) se ha extinguido completamente de sus corazones. Cuando un comerciante visita sus locales para comprar o vender bienes, al momento de partir, su corazón se vacía del amor al Santo Profeta (sa). Este es también el caso de casi todos los asiáticos y africanos. Porque para ganarse la vida, o conseguir un trabajo, todos dependen de ellos y siempre que alguien trabaja bajo sus órdenes, con la excepción de aquellos que Dios quiere proteger, se desprenden de su fe. Sus corazones se despojan de la fe y del amor por el Mensajero (sa). Un musulmán, al aceptar un empleo con uno de ellos, debe abandonar su fe para adquirir el más mínimo rango; de hecho, se espera que se deshagan de su fe.
Todavía tengo en mi bolsillo la carta que recibí al salir de Dalhousie, India. Era una carta del oficial de reclutamiento de la marina para el Punjab, un caballero inglés, que fue informado por un oficial naval que, en ocasiones, los ahmadíes predican su fe a sus compañeros, a raíz de esto el oficial de reclutamiento había recibido la orden de dejar de reclutar áhmadis en el futuro. Aunque seamos una comunidad pequeña, los musulmanes de todas las sectas se enfrentan al mismo trato, independientemente de que sean áhmadis o pertenezcan a otra rama. La razón es que los musulmanes son débiles y, como dice el refrán, “Todos prueban la ira de los poderosos” y “Cuando la desgracia golpea, siempre cae sobre los débiles”. Compárese con Sir [William] Muir, nativo de Gran Bretaña y [ex] gobernador de UP [Uttar Pradesh], de quien se esperaba que tratara con justicia e imparcialidad a todos los pueblos. A diferencia de los áhmadis de la fuerza naval, él no era un nuevo recluta, sino que era, de hecho, el gobernador de toda una provincia, y a un gobernador no se le permitía interferir en estos asuntos. A pesar de ello, siguió propagando su fe. El libro más publicado que critica el islam ha sido escrito por el [ex] gobernador de UP, Sir Muir. Sin embargo, nadie le preguntó si había sido enviado a 6.000 millas de distancia, ganando 10.000 rupias al mes, para gobernar entre los musulmanes, hindúes, sikhs y cristianos con justicia, o para pasar la mayor parte de su tiempo hiriendo los sentimientos de la población musulmana ¿Cuál es la diferencia entre estos dos ejemplos? La única diferencia es que los reclutas navales áhmadis pertenecen a una parte débil e impotente de la sociedad, y Sir Muir es un miembro de la clase dirigente. Por lo tanto, lo que es permisible para él no lo es para otros. Es permisible para un británico propagar su fe; es permisible para un cristiano propagar su fe, pero, según ellos, no es permisible para un áhmadi hacer lo mismo.
Por lo tanto, los ataques actuales contra el Santo Profeta (sa) no son un asunto oculto sino una verdad conocida. Cuando agarramos un libro de filosofía, se opone al islam; cuando leemos un libro de ciencia, se opone al islam; cuando estudiamos un libro de historia, se opone al islam. Hace 13 siglos y medio, el Sagrado Corán enseñó a los musulmanes una valiosa lección que, lamentablemente, han abandonado y que, en cambio, han adoptado los europeos. El Sagrado Corán decía:
وَلِكُلّٖ وِجۡهَةٌ هُوَ مُوَلِّيهَاۖ
“Y cada uno tiene un objetivo que le domina”. [5]
Recordad que vosotros también debéis tener una meta. Que no ocurra que, a causa de la desunión nacional, cada uno de vosotros adopte una meta diferente a la de los demás. Dios Todopoderoso ha declarado además,
وَحَيۡثُ مَا كُنتُمۡ فَوَلُّواْ وُجُوهَكُمۡ شَطۡرَهُ
[“Y dondequiera que estéis, volved vuestros rostros hacia ella”’] [6].
Este verso significa: “¡Oh, musulmanes! Aunque hayáis llegado a Madinah [después de la migración] recordad que el progreso del islam está ligado a la conquista de La Meca. Por lo tanto, dondequiera que vayáis, vuestro objetivo final debe ser llegar a La Meca y, sean cuales sean las circunstancias, conquistarla. Hasta que no se os conceda este centro y fortaleza, nunca obtendréis la supremacía sobre toda Arabia, ni sobre el resto del mundo”.
Esta lección [de tener un objetivo unificado] fue dada a los musulmanes hace 13 siglos y medio. Los musulmanes la descartaron, pero Europa la ha adoptado y, lamentablemente, la ha aprendido de la manera más injusta. Los europeos han comprendido que el foco central del islam reside en la persona del Santo Profeta (sa). De ahí que cualquier escritor europeo ataque abiertamente el honor del Santo Profeta (sa). Ya sea que escriban un libro sobre filosofía, sobre ciencia o sobre historia, desean degradar al Santo Profeta (sa) a los ojos de la gente y alejar a los musulmanes de este punto central. A nosotros nos enseñaron esta lección, pero son nuestros adversarios los que se benefician, o más bien se podría decir que la explotan injustamente. En un momento como este, como he mencionado, en el que la bendita presencia del Santo Profeta (sa) ya no está con nosotros, el honor de un musulmán devoto debería encenderse. No hay duda de que, en lo que respecta a las bendiciones del Santo Profeta (sa), éstas perduran y perdurarán hasta el Día del Juicio Final. Pero en cuanto a su ser físico, sí que ha fallecido. No creo que haya una sola persona honorable que si presenciara que su padre es injuriado, dudara lo más mínimo en salvaguardar su honor, pero después estaría en silencio y no haría nada si viera que el cadáver de su padre es atacado.
Sin duda, al igual que uno defendería a su padre en vida, del mismo modo, si es honorable, estoy seguro de que se sentiría invadido por la rabia si viera que se ataca el honor de su padre después de su muerte. Aunque un cadáver no puede beneficiar a nadie, sin embargo, los sentimientos y las emociones ligadas a esa persona aumentan su valor aún más que cuando estaba viva. Los recuerdos de un ser querido conllevan tanto dolor y tanta pasión que uno está dispuesto a sacrificarlo todo en un instante. Por ejemplo, uno se enfurecería si su padre fuera golpeado en vida, pero si el cadáver de su padre hubiera sido golpeado, y esto se hiciera público, se sentiría demasiado avergonzado para mostrar su rostro en público.
Los verdaderos devotos del Santo Profeta (sa) le dijeron en vida: “¡Oh, Mensajero (sa) de Dios, lucharemos delante y detrás de ti, lucharemos a tu izquierda y lucharemos a tu derecha, y el enemigo tendrá que pisotear nuestros cadáveres para llegar a ti!” Ahora, cuando el Santo Profeta (sa) ya no está aquí; ahora, cuando el enemigo está atacando su honor y su dignidad desde las cuatro direcciones; ahora, cuando ya no está en este mundo para defenderse, no puedo creer que una persona que realmente ame al Santo Profeta (sa) se contenga de decir estas palabras con 100 o incluso 1.000 veces más pasión que este compañero (ra) y diga: “¡Oh Mensajero (sa) de Dios! Aunque ya no estés entre nosotros, los que intentan atacar tu honor y tu dignidad nunca podrán alcanzarte. ¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Sacrificaremos nuestro honor y dignidad por ti; lucharemos delante y detrás de ti, te defenderemos desde tu izquierda y desde tu derecha. ¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! Hasta que el enemigo no haya destruido nuestro estatus y reputación, no podrá dañar tu honor y dignidad’.
Si esta respuesta no resuena en cada uno de nuestros corazones y si, al igual que los compañeros (ra) en [la Batalla de] Hunain, no respondemos a la llamada del Santo Profeta (sa) con la mayor devoción, entonces creo que tal individuo no tiene ni un ápice de fe.
Durante la Batalla de Hunain, cuando el ejército musulmán se dispersó, el Santo Profeta (sa) dijo a Hazrat Abbas (ra), “¡Oh Abbas!” Llama diciendo: “¡Oh Ansari! ¡Oh vosotros que participasteis en el Bai’at ar-Ridwan [el compromiso que los compañeros (ra) hicieron con el Santo Profeta (sa) durante el Tratado de Hudaibiyah]! El Mensajero de Dios os convoca”. Los compañeros (ra) dijeron que su situación cuando escucharon este grito era que sus caballos habían estado galopando a toda velocidad lejos del campo de batalla. Intentaron detenerlos pero no se detenían; trataron de dar la vuelta a sus camellos pero lo hicieron en vano. Cuando oyeron: “¡Oh, Ansari! El Mensajero (sa) de Dios os convoca”, los compañeros (ra) que podían controlar sus monturas utilizaron toda su fuerza para hacerlas girar, y los que no podían controlarlas sacaron sus espadas y cortaron las cabezas de sus camellos y caballos, y corrieron hacia el Santo Profeta (sa) a pie, respondiendo con las palabras:
لبّیك یا رسول الله! لبّیك
[“Respondemos a tu llamada, oh Mensajero (sa) de Dios y estamos a tu servicio”]. [7]
Hasta que emulemos esta conducta de los compañeros (ra) al responder a la llamada del Santo Profeta (sa) durante la Batalla de Hunain, y hasta que nuestras almas se arraiguen con este espíritu en su totalidad, y hasta que esta respuesta resuene desde lo más profundo de nuestro ser, “¡Respondemos a tu llamado, oh Mensajero (sa) de Dios!”, no habremos demostrado nuestra fe en lo más mínimo. Nos corresponde responder diciendo: “¡Oh, Mensajero de Dios! Estamos dispuestos a defendernos de estos ataques con la misma devoción y pasión que mostraron los compañeros (ra); de hecho, mostraremos incluso más pasión y lealtad hacia ti. ¡Oh Mensajero (sa) de Dios! ¡Que nuestra dignidad y honor sean sacrificados por tu dignidad y honor! Nuestro honor será sacrificado primero; nuestra dignidad será aplastada primero, y el enemigo no tocará tu dignidad ni tu honor hasta que no haya pisoteado primero los nuestros”.
Ciertamente, no levantamos las espadas para defendernos de estos ataques, pero ¿Cuándo ha conseguido la espada convencer a los corazones?
Los musulmanes empuñaron la espada y perdieron España.
Hoy, volveremos a ganar a España con el Sagrado Corán y con la gracia de Dios. Los musulmanes perdieron el dominio de España de la siguiente manera: cuando el dominio musulmán de España había durado muchos años, los cristianos se dieron cuenta de que no había manera de incitar los sentimientos de los cristianos contra los musulmanes. Por ello, juntos idearon un plan. Empezaron a enviar grupos de cristianos a la mezquita Jami’ [Central]. Cuando el orador pronunciaba su sermón, se levantaban y proferían viles insultos contra el carácter del Santo Profeta (sa), el Sagrado Corán y el islam. Ante esto, los musulmanes más entusiastas los mataban allí mismo. Cuando los cristianos vieron que muchos de sus compañeros habían sido asesinados de esta manera, uno tras otro, se enfurecieron. Se unieron y expulsaron a los musulmanes de España. Si los musulmanes hubiesen empleado la sabiduría contra esta estratagema de los cristianos; si, en lugar de matar a los cristianos, hubieran lamentado el hecho de que en sus 800 años de gobierno no habían logrado convertir a los residentes de España al islam. Si tan solo hubieran pensado para sí mismos que pasaron su tiempo construyendo edificios, que se ocuparon de construir grandes palacios, que se ocuparon de mantener su propio honor, pero nunca intentaron establecer el honor del Santo Profeta (sa). En consecuencia, hoy los cristianos estaban injuriando al Santo Profeta (sa) en su cara. Y entonces, en lugar de desenfundar sus espadas y matarlos, los musulmanes deberían haberles dicho:
“Aunque pronuncieis un lenguaje profano, fue la enseñanza de nuestro amado Maestro, el Santo Profeta (sa), tratar incluso a los enemigos con amabilidad; por lo tanto, no tomaremos represalias”.
Si hubieran actuado así, todo el complot de los cristianos habría quedado reducido a polvo, y el islam en España habría cobrado nueva vida. Sin embargo, la arrogancia de su poder y autoridad les llevó a pensar que tendrían éxito mediante el poder de la espada. Mientras, este era un caso de ganar los corazones, y la espada nunca puede tener éxito en ganar los corazones de la gente.
Por lo tanto, en esta época, cuando los oponentes atacan por todos lados, los devotos del Santo Profeta (sa) deben dar un paso adelante para defenderlo. Siempre que sea necesario y cuando la fortaleza del islam esté bajo ataque, uno debe dejar de lado el amor por su nación, las relaciones con sus parientes, sacrificar su propio rango y honor, e incluso renunciar a sus propias comodidades y lujos. Además, cuando uno tiene la oportunidad de lanzar una defensa y una refutación eficaces, debe sacrificar su vida y su honor por el progreso y la grandeza del islam.
Como se ha mencionado anteriormente, hoy es una prueba de nuestra fe. Las personas que vivieron antes que nosotros dieron un paso adelante, y cuando se trataba de proteger la vida del Santo Profeta (sa), no dudaron incluso en sacrificar la suya. Exclamaron: “¡Oh, Mensajero (sa) de Dios! El enemigo no podrá alcanzarte hasta que no pise nuestros cadáveres”. Hoy no se trata de proteger físicamente la vida del Santo Profeta (sa), sino de salvaguardar su honor y su dignidad. Por lo tanto, hoy en día, es el deber de todo verdadero creyente levantarse ante este desafío de los oponentes y decirles que, a pesar de su poder y fuerza, a pesar de su gloria, no los consideramos iguales ni siquiera al ala de un mosquito. Si quieren atacar el honor y la dignidad del Santo Profeta (sa), primero deben destrozar nuestro honor y nuestra dignidad. Quien no tenga este sentimiento en su corazón, no tiene una fe perfecta y completa. De hecho, yo diría que tal persona no tiene ni siquiera un nivel elemental de fe, porque tener incluso una pizca de amor dejaría a una persona intranquila e inquieta.
Por lo tanto, les digo a los misioneros que han ido o irán ahora a predicar: no hay duda de que sois los primeros a los que se les ha concedido la oportunidad de responder a la llamada del Santo Profeta (sa), pero recordad que no estáis solos. Más bien, el corazón de todo verdadero áhmadi está con vosotros, porque todo verdadero áhmadi cree que sacrificar su vida y convertirse en un mártir por esta causa es la recompensa final. El corazón de todos los verdaderos áhmadis anhela pensar en aquellos que han salido a este campo, anhelando: “¡Ay! Si nosotros también hubiéramos sido bendecidos con esta oportunidad”.
Cuando Jalid bin Walid (ra) estaba a punto de morir, se encontraba acostado en su cama y llorando. Cuando uno de sus amigos vino a verlo, le dijo: “¡Oh, Jalid (ra)! No es momento de llorar. Deberías alegrarte porque ahora es el momento de recibir las bondades de Dios Todopoderoso”. Pensó que tal vez Jalid (ra) estaba llorando porque tenía miedo a la muerte. Hazrat Jalid (ra) respondió: “No has entendido por qué estoy llorando. Saca el manto de mi pecho”. Su amigo levantó el manto y entonces Jalid (ra) dijo: “Dime ¿hay algún lugar en mi pecho que no tenga las cicatrices de las espadas?”
Su amigo le respondió que no había ninguna zona de su pecho que no tuviera cicatrices. Jalid (ra) dijo entonces que levantara el manto de su espalda. Su amigo levantó la capa, y Jalid (ra) le preguntó si había algún lugar en su espalda que estuviera libre de las cicatrices de las espadas. Su amigo respondió que no había ninguna zona que no tuviera cicatrices. Jalid (ra) le pidió entonces que levantara la tela alrededor de sus piernas para descubrirlas y ver si había algún lugar que no estuviera herido. Su amigo retiró la tela pierna por pierna, y vio que no había un solo centímetro de sus piernas que no estuviera cubierto de cicatrices. Una vez mostradas estas cicatrices, Jalid (ra) dijo: “Dondequiera que hubiera peligro y dondequiera que hubiera una oportunidad de ser martirizado, entré en cada batalla sin ningún temor, pero aún así no pude alcanzar el martirio. En cambio, muchos de mis hermanos participaron en una sola batalla y fueron bendecidos con el honor del martirio. Sin embargo, a pesar de que me puse en medio del peligro, hoy lloro ante ti mientras me acuesto aquí para morir en mi cama”. [8]
Debido a su amor y devoción, Jalid (ra) consideró indeseable morir en su cama. Sin embargo, cualquiera que sea sabio y que esté cerca de Dios Todopoderoso se dará cuenta de que mientras otras personas fueron bendecidas con un solo martirio, Jalid (ra) recibió las bendiciones equivalentes a decenas de martirios. No es solo el hecho de perder la vida por la espada lo que le hace a uno merecedor de la recompensa; más bien, es el intenso deseo de martirio lo que le convierte en mártir. De lo contrario, se podría asumir que mientras Hamzah (ra) alcanzó el rango de mártir, el Santo Profeta (sa) no lo hizo, pero esto es completamente erróneo. Si Hamzah (ra) fue martirizado una vez, el Santo Profeta (sa) lo fue cientos de veces. Cuando se preguntó a los compañeros (ra) quién era el más valiente de ellos, dijeron que consideraban que la persona que estaba al lado del Santo Profeta (sa) en la batalla era la más valiente. La razón era que el enemigo concentraba todos sus esfuerzos en atacar al Santo Profeta (sa) para matarlo. Por lo tanto, estar al lado del Santo Profeta (sa) en la batalla no era un asunto fácil. Los compañeros (ra) afirmaron además que la persona que estaba junto al Santo Profeta (sa) en la mayoría de las ocasiones era Abu Bakr (ra). Por lo tanto, los compañeros (ra) testificaron que el Santo Profeta (sa) siempre estaba en el mayor peligro. Si, a pesar de la voluntad del Santo Profeta (sa) de convertirse en mártir, la Mano de Dios Todopoderoso lo salvó cada vez, nadie puede decir que Muhammad (sa) no alcanzó el rango de mártir. Muhammad (sa) alcanzó miles de bendiciones más que la de un mártir porque en todo momento estuvo dispuesto a sacrificar su vida. No fue culpa suya no ser martirizado físicamente, sino que fue la voluntad de Dios. Dios Todopoderoso deseaba que Su Mensajero (sa) permaneciera vivo y continuara con su misión de reformar y enseñar a la gente. Por lo tanto, el corazón de cada verdadero áhmadi que ha quedado atrás también anhela que se le conceda una oportunidad de servir de esta manera.
Cuando Ni’matullah Khan Sahib [9] fue martirizado en Kabul, yo estaba en Inglaterra en ese momento. Cuando recibí la noticia de su martirio, me vino inmediatamente a la mente la siguiente copla
“Dios es mi testigo de que cada partícula de mi cuerpo se somete en petición a Él, anhelando convertirse en un mártir por su causa”.
Así pues, el corazón de cada creyente está centrado en la causa por la que él [es decir, el misionero enviado al extranjero] es enviado, y las oraciones sinceras de cada creyente están con él. La única diferencia es que Dios Todopoderoso lo eligió a él primero antes que a otros para prestar este servicio. No podemos decir con certeza si esto será una bendición para él, o una prueba. Por lo tanto, debe temer mucho a Dios Todopoderoso. Debe salir adelante después de muchas oraciones y llanto, no sea que esta bendición se convierta en un castigo debido a un error o equivocación de su parte. Cuando se concede la oportunidad de servir en el camino de Dios Todopoderoso, hay ocasiones en las que uno tiene la oportunidad de ganarse el perdón y hacerse merecedor de Su recompensa, pero hay otras veces en las que uno es apresado y castigado como resultado de ello.
Ahora voy a rezar; por favor únanse a mí en una oración silenciosa.
REFERENCIAS
- Este discurso fue pronunciado por Hazrat Mirza Bashiruddin Mahmud Ahmad (ra) el 16 de junio de 1944, cuando el Mujahideen Tahrik-e-Jadid [que se refiere a aquellas personas iniciales que dedicaron su vida al servicio de su fe tras el lanzamiento del plan Tahrik-e-Jadid] organizó un té y un refrigerio en honor de Chaudhry Ihsan Ilahi Janjua, que era un misionero y había servido en África Occidental. [Editor]
- Sahih al-Bukhari, Kitab al-Maghazi, Bab Qaul Allah Ta‘ala idh Tastaghithuna, Sirat Ibn-e-Hisham, Vol 2, pp. 12- 13, Published Egypt 1295 AH.
- Sirat Ibn Hisham, Vol 2, p. 85, Published Egypt 1295 AH.
- Sahih Muslim, Kitab al-Jihad, Bab fi Ghazwat Hunain.
- The Holy Qur’an, 2:149.
- The Holy Qur’an, 2:151.
- Sirat Ibn Hisham, Vol 3, p. 10, Published Egypt 1295 AH.
- Al-Isti‘ab fi Ma’rifat al-Ashab, Vol. 2, p.14, Published Beirut, 1995 [Publisher].
- Ni’matullah Khan Sahib (ra) fue un misionero de la Comunidad Musulmana Ahmadía. En 1924, fue apedreado hasta la muerte en Afganistán por ser áhmadi bajo las órdenes del emir Amanullah Khan, el rey de Afganistán.
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