Su Santidad Mirza Bashir-Ud-Din Mahmud Ahmadra, Segundo Jalifa Comunidad Musulmana Ahmadía
Continuación de lo anterior….
De esta narración de los acontecimientos se desprende que la tregua de la hostilidad mequí solo fue temporal. Los jefes mequíes se estaban preparando para lanzar un nuevo ataque contra el islam. Los jefes moribundos hicieron jurar a sus sucesores mantener la hostilidad contra el Profeta(sa), incitándoles a declararle la guerra a él y a sus seguidores. Se invitó a los habitantes de Medina a atacar a los musulmanes, advirtiéndoles que, de negarse, los mequíes y sus aliados invadirían Medina, matando a los hombres y tomando a las mujeres como esclavas. Si en estas circunstancias el Profeta(sa) no hubiera hecho nada para defender Medina, habría incurrido en una grave responsabilidad.
Por lo tanto, el Profeta(sa) estableció un sistema de reconocimiento del terreno. Envió a grupos de hombres a varios lugares alrededor de La Meca, para ser informado sobre posibles indicios de preparativos de guerra. De vez en cuando se produjeron incidentes –escaramuzas y luchas- entre estos grupos y los grupos de mequíes. Varios autores europeos afirman que dichos incidentes fueron iniciados por el Profeta(sa) y que por lo tanto, él fue el agresor en las guerras que siguieron. Pero frente a los trece años de tiranía mequí, sus intrigas para enfrentar a la gente de Medina contra los musulmanes, y la amenaza mequí contra Medina, nadie puede acusar al Profeta(sa) de haber iniciado estos incidentes. Si envió a grupos de musulmanes para un reconocimiento, lo fue para su propia defensa. Trece años de tiranía constituyen suficiente justificación para las medidas defensivas que adoptaron los musulmanes. Si posteriormente surgieron guerras entre mequíes y musulmanes, la responsabilidad no fue de los musulmanes.
Las endebles razones por las que muchas naciones cristianas se declaran la guerra entre sí son bien conocidas. Si se cometiera contra cualquier pueblo europeo la mitad de las atrocidades cometidas por los mequíes contra los musulmanes, ese pueblo creería justificado declarar la guerra. Si los habitantes de un país inician la exterminación a gran escala de los de otro, o si un pueblo expulsa a otro de su patria ¿no estaría acaso justificada una declaración de guerra por parte de las víctimas? Cuando los musulmanes emigraron a Medina, les sobraban motivos para declarar la guerra a los mequíes. Sin embargo, el Profeta(sa) no declaró la guerra. Mostró tolerancia y limitó sus actividades defensivas al reconocimiento. Los mequíes, sin embargo, continuaron provocando a los musulmanes. Incitaron a los medinitas en su contra interfiriendo en su derecho a la peregrinación. Cambiaron la ruta ordinaria de sus caravanas, y comenzaron a atravesar las regiones tribales alrededor de Medina, para sublevar a las tribus contra los musulmanes. La paz de Medina se vio amenazada, por lo que era una indiscutible obligación de los musulmanes aceptar el reto de guerra que los mequíes habían lanzado durante catorce años. En tales circunstancias, nadie puede poner en duda el derecho de los musulmanes a aceptar tal desafío.
Mientras se hallaba ocupado en las operaciones de exploración, el Profeta(sa) no descuidaba las necesidades ordinarias y espirituales de sus discípulos en Medina. La gran mayoría de los medinitas se había convertido al islam, tanto por profesión externa como por convicción interna. Algunos profesaban la fe solamente de forma externa. El Profeta(sa), por lo tanto, empezó a instituir entre su pequeño grupo la forma islámica de gobierno. Anteriormente, los árabes habían resuelto sus diferencias mediante la espada y la violencia individual. El Profeta(sa) introdujo procedimientos jurídicos. Nombró jueces para la resolución de litigios entre grupos o individuos, y sólo se admitían las demandas que el juez consideraba justas. Antes se miraban con desprecio las actividades intelectuales. El Profeta(sa) instituyó medidas para fomentar la alfabetización y el amor a los estudios. Pidió a los que sabían leer y escribir que enseñaran a los demás. Se puso fin a la injusticia y la crueldad. Se establecieron los derechos de la mujer. Los ricos debían sufragar las necesidades de los pobres, y utilizar su dinero para mejorar las condiciones sociales de Medina. Se defendió a los trabajadores contra la explotación. Se nombraron tutores para administrar los bienes de los herederos débiles o menores de edad. Las transacciones de préstamos empezaron a hacerse por escrito. Se inculcó la importancia de cumplir con todas las obligaciones. Se abolieron los excesos cometidos contra los esclavos. Se empezó a prestar atención a la higiene y la sanidad pública. Se emprendió el censo de la población y se procedió al ensanchamiento y limpieza de las calles y caminos. En resumen, se instituyeron leyes que promocionaron una vida familiar y social ideal. Por vez primera en su historia, los árabes fueron iniciados en las reglas de la cortesía y de una existencia civilizada.
La batalla de Badr
Mientras el Profeta(sa) elaboraba la institución práctica de las leyes que debían servir no sólo a su propia generación de árabes, sino a toda la humanidad y a la posteridad, los mequíes se preparaban para la guerra. El Profeta(sa) elaboraba una legislación portadora de paz, honor y progreso para su pueblo y para todos, mientras sus enemigos mequíes preparaban la destrucción de dicha ley. Los designios mequíes desembocaron en la Batalla de Badr.
Dieciocho meses después de la Hégira (emigración del Profeta Muhammad (sa) a Medina), una caravana comercial bajo el mando de Abu Sufyan regresaba de Siria. Con el pretexto de ofrecer protección a esta caravana, los mequíes reunieron un ejército grande y decidieron llevarlo a Medina. El Santo Profeta(sa) se enteró de tales preparativos. También recibió revelaciones de Dios anunciando que había llegado la hora de retribuir al enemigo los malos tratos que habían dispensado a los musulmanes. Salió de Medina con un grupo de seguidores. Nadie sabía entonces si este grupo de musulmanes se vería obligado a enfrentarse con la caravana que regresaba de Siria o con el ejército que venía de La Meca. El grupo constaba de unos trescientos hombres.
En aquellos tiempos, una caravana de comercio no consistía únicamente en camellos cargados con bienes y mercancía. También llevaba hombres armados encargados de proteger la caravana y escoltarla a lo largo del viaje. Debido a la tensión que había surgido entre los mequíes y los musulmanes de Medina, los jefes mequíes habían prestado una atención especial al armamento de la escolta. Según documentos históricos, dos caravanas habían utilizado la misma ruta poco tiempo antes. La primera llevaba una escolta de doscientos hombres armados, y la segunda, trescientos.
Los autores cristianos se equivocan al afirmar que el Profeta(sa) llevó a trescientos hombres para atacar una caravana comercial indefensa. Es una idea perversa e infundada. La caravana procedente de Siria era grande y teniendo en cuenta su tamaño y la escolta provista para otras caravanas, parece razonable suponer que llevaba una escolta de entre cuatrocientos y quinientos hombres armados. Es, pues, totalmente injusto decir que el Profeta Muhammad (sa) llevó a un grupo de trescientos musulmanes mal armados para atacar la caravana con el fin de saquearla. Solamente un intenso prejuicio y una hostilidad resuelta contra los musulmanes pueden conducir a esta idea. Si la intención del grupo musulmán hubiera sido solo atacar la caravana, se podría haber descrito el incidente como una aventura bélica, aunque fuera en defensa propia -ya que el grupo musulmán de Medina era reducido y mal armado y la caravana mequí grande y bien armada-, pues los mequíes habían mantenido durante muchos años una campaña de hostilidad contra los musulmanes medinitas.
Pero en realidad, las condiciones en las que este pequeño grupo de musulmanes salió de Medina eran mucho más graves. Como ya hemos señalado, no sabían si se tendrían que enfrentar con la caravana de Siria o con el ejército de La Meca. La incertidumbre con la que abandonaron Medina es prueba indudable de su fe y su evidente sinceridad. Sólo después de alejarse de Medina, el Profeta(sa) les anunció que habrían de enfrentarse con el gran ejército mequí y no con la caravana de Siria.
Circulaban distintas conjeturas respecto al tamaño del ejército mequí. La más moderada estimaba una fuerza de mil soldados, todos ellos guerreros experimentados. Al Profeta(sa) le acompañaban sólo trescientos trece hombres, la mayoría desarmados y sin experiencia alguna. La mayor parte de ellos iban a pie, o montados en camellos. El grupo sólo contaba con dos caballos. Los musulmanes, mal equipados y desprovistos de experiencia, se iban a enfrentar con una fuerza tres veces mayor, formada en gran parte por soldados entrenados. Se trataba, evidentemente, de una de las empresas más peligrosas de la historia.
El Santo Profeta(sa) insistió en que sólo tomaran parte en la batalla los que estaban informados de lo que les esperaba, y estuvieran dispuestos a luchar voluntariamente y con pleno espíritu. Les dijo claramente que no tenían que enfrentarse a la caravana, sino al ejército de La Meca. Pidió también consejo al grupo. Uno tras otro, sus compañeros mequíes se levantaron para asegurar al Profeta(sa) su lealtad, entrega y su determinación de luchar contra los enemigos mequíes que habían venido a atacar a los musulmanes de Medina en sus propias casas. Cada vez que el Profeta(sa) oía la opinión de un musulmán mequí, pedía más consejos. Los musulmanes de Medina habían permanecido en silencio. Los agresores eran de La Meca y muchos eran parientes de los musulmanes que habían emigrado con el Profeta(sa) a Medina y que ahora formaban parte de su pequeño grupo. Los musulmanes de Medina temían herir los sentimientos de sus hermanos mequíes en su anhelo por luchar contra los mequíes. Pero cuando el Profeta(sa) insistió en oír más opiniones, uno de los musulmanes medinitas se levantó, diciendo: “Profeta(sa) de Dios, estás oyendo muchas opiniones y sin embargo sigues pidiendo más. ¿Acaso te refieres a nosotros, los musulmanes de Medina?”.
“Así es”, respondió el Profeta(sa).
“Pides nuestra opinión”, prosiguió, “porque crees que cuando viniste a nosotros, decidimos luchar a tu lado sólo en el caso de que se produjera un ataque contra ti y tus compañeros mequíes dentro de la ciudad de Medina. Pero ahora parece que hemos salido de Medina, y piensas que nuestro acuerdo no reúne las condiciones en las cuales nos encontramos. Pero, Profeta(sa) de Dios, cuando firmamos el acuerdo no te conocíamos como te conocemos ahora. Ahora sabemos cuán elevada es tu posición. No nos importa el acuerdo. Estamos contigo en todo lo que nos pidas. No nos comportaremos como los seguidores de Moisés (as), que dijeron: ‘Ve tú con tu Dios, y lucha contra el enemigo, que nosotros nos quedaremos atrás”. Si hemos de luchar, lucharemos contigo, delante de ti y detrás, a tu izquierda y a tu derecha. Es cierto que el enemigo te quiere alcanzar. Pero te aseguramos que no lo hará si no es pasando sobre nuestros cadáveres. Profeta(sa) de Dios, nos invitas a luchar. Estamos dispuestos a sacrificios mayores. Aquí cerca está el mar. Si nos ordenas arrojarnos al mar, lo haremos sin vacilar”.1
Tal era el espíritu de devoción y sacrificio que mostraban los primeros musulmanes, cuyo ejemplo no encuentra paralelo en la historia del mundo. El ejemplo de los seguidores de Moisés(as) se ha citado anteriormente. Respecto a los discípulos de Jesús, sabemos que abandonaron a su Maestro (as)en el momento más crítico. Uno de ellos lo vendió a cambio de un precio vil. Otro le maldijo, y los demás huyeron. Los musulmanes que se habían unido al Profeta(sa) en Medina llevaban con él tan sólo año y medio. Pero habían adquirido una fe tan firme que se hubieran arrojado al mar si el Profeta(sa) se lo hubiera ordenado.
El Profeta(sa) escuchó todas las opiniones, aunque no le cabía la menor duda de la devoción de sus seguidores. Su intención al pedir opiniones era separar a los débiles de los fuertes. Pero encontró que los musulmanes mequíes y medinitas competían entre sí en la manifestación de su devoción. Ambas partes estaban resueltas a no dar la espalda al enemigo, aunque el enemigo fuera tres veces superior en número, fuera más experimentado, y estuviera mucho mejor equipado y armado. Los musulmanes preferían confiar en las promesas de Dios, respetar al islam, y sacrificar su vida para defenderlo.
Asegurado de esta devoción tanto por parte de los musulmanes mequíes como de los medinitas, el Profeta(sa) avanzó. Al llegar a un pueblo llamado Badr, aceptó la sugerencia de uno de sus seguidores y ordenó a sus hombres acampar cerca del arroyo de Badr.
Los musulmanes tomaron posesión de este manantial de agua, pero el terreno en que habían tomado posiciones era totalmente arenoso y poco adecuado para las maniobras bélicas. Los seguidores del Profeta(sa) mostraron una preocupación natural por esta desventaja. El Profeta(sa) compartía su preocupación y pasó la noche entera rezando. Repitió sin cesar:
“Dios mío, en toda la faz de la tierra, en este momento, no hay más que estos trescientos hombres que son devotos Tuyos y están resueltos a establecer Tu adoración. Dios mío, si estos trescientos hombres mueren hoy en manos de sus enemigos en esta batalla ¿quién permanecerá para glorificar Tu nombre?”2
Dios escuchó la oración de Su Profeta(sa). Empezó a llover durante la noche, y la parte arenosa del terreno, ocupada por los musulmanes, se volvió húmeda y sólida. La parte seca del terreno, ocupada por los enemigos, se llenó de barro resbaladizo.
Posiblemente los mequíes eligieron esta parte, dejando la otra para los musulmanes, porque su experiencia les decía que el terreno seco facilitaría las maniobras de los soldados y su caballería.
Pero durante la noche y gracias a la intervención divina, la situación cambió drásticamente. La lluvia de la noche contribuyó a solidificar el terreno arenoso de los musulmanes y a hacer resbaladizo el terreno de los mequíes.
Durante la noche, el Profeta(sa) recibió una clara indicación, procedente de Dios, de que varios miembros importantes del ejército enemigo encontrarían la muerte. Se le revelaron incluso los nombres personales de estos soldados y los lugares donde habían de morir. Murieron tal como fueron nombrados, y en los sitios exactos anunciados.
En la batalla, este pequeño grupo de musulmanes mostró una gran valentía y resolución. Esto queda evidenciado en el incidente que se narra a continuación. Uno de los pocos generales que formaban parte de la fuerza musulmana era ‘Abd al-Rahman bin ‘Auf (ra), uno de los jefes mequíes, y soldado de gran experiencia. Cuando empezó la batalla, miró a su derecha e izquierda para ver qué tipo de apoyo tenía. Le sorprendió comprobar que a su lado no tenía más que a dos muchachos mediníes. Decepcionado, se dijo:
“Todo general necesita apoyo en los dos flancos, más aún en este día. Pero sólo tengo a dos muchachos sin experiencia. ¿Qué puedo hacer con ellos?”
‘Abd al-Rahman bin ‘Auf (ra)cuenta que apenas había terminado de musitar estas palabras cuando uno de los muchachos le tocó con el codo. Al inclinarse para escucharle, el muchacho le dijo:
“Tío, hemos oído hablar de un tal Abu Yahl, que antes atormentaba al Profeta(sa). Quiero luchar contra él; dime dónde está.” Antes de que ‘Abd al-Rahman(ra) respondiera a su pregunta, fue requerido por el otro muchacho del otro flanco, que le hizo la misma pregunta. A ‘Abd al-Rahman(ra) le asombró la valentía y determinación de los muchachos. Como soldado de gran experiencia, pensó que ni siquiera él se enfrentaría personalmente con comandante del ejército mequí. ’Abd al-Rahman(ra) levantó el brazo para señalar a Abu Yahl, armado hasta los dientes, situado detrás de las líneas y protegido por dos generales, con las espadas desenvainadas. ‘Abd al-Rahman (ra) aún no había bajado el dedo cuando los dos muchachos se lanzaron hacia las filas del enemigo rápidos como águilas, dirigiéndose directamente hacia su meta.
Fue un ataque repentino. Los soldados y los guardias quedaron estupefactos. Atacaron a los muchachos, cortando el brazo a uno de ellos. Pero éstos continuaron con valentía y decisión. Golpearon a Abu Yahl con tal ímpetu que el comandante cayó al suelo mortalmente herido.
La determinación de estos dos jóvenes nos permite apreciar cuán profundamente se sentían afectados los seguidores del Profeta(sa) – tanto los jóvenes como los mayores – por la persecución cruel a la que ellos y el Profeta(sa) habían sido sometidos. La mera lectura de estos hechos en la historia produce una auténtica aflicción. Los mediníes oyeron hablar de estas crueldades de testigos presenciales. Cabe imaginar sus sentimientos. Oían de las atrocidades perpetradas por los mequíes por una parte, y de la paciencia del Profeta(sa), por otra. No es de extrañar, pues, su firme determinación en vengar la persecución del Profeta(sa) y de los musulmanes de La Meca. Sólo buscaban una oportunidad para decir a los crueles mequíes que si los musulmanes no se vengaban, no era por impotencia, sino porque Dios no les permitía hacerlo.
La determinación de esta pequeña fuerza musulmana de morir luchando se desprende de otro incidente. La batalla aún no había empezado cuando Abu Yahl envió a un jefe beduino al campamento musulmán para informarle del número de musulmanes. Volvió diciendo que eran unos trescientos. Abu Yahl y sus seguidores se alegraron, pensando que los musulmanes serían una presa fácil. Pero el jefe beduino añadió:
“Os aconsejo que no luchéis contra estos hombres, porque todos parecen determinados a morir. Lo que he visto no son seres humanos, sino la muerte montada en camellos” 3
El jefe beduino tenía razón: los que están dispuestos a morir, no mueren fácilmente.
1.Bujari, Kitab al-Maghazi, e Hisham
2. Tabari
3.Tabari e Hisham
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