Autor: Su Santidad Mirza Bashiruddin Mahmud Ahmad (as),
Segundo Califa de la Comunidad Musulmana AhmadÍa
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Cuando el Profeta Muhammad (sa) tenía unos veinticinco años de edad, su reputación de integridad y carácter compasivo se había extendido por toda la ciudad. La gente le señalaba con admiración, diciendo: “Aquí hay un hombre que inspira confianza”. Esta reputación llegó a oídos de una viuda adinerada, que pidió al tío del Profeta Muhammad (sa), Abu Talib, que permitiera a su sobrino dirigir una de sus caravanas a Siria. Abu Talib lo mencionó al Profeta Muhammad (sa), y éste aceptó. La expedición tuvo un gran éxito, y reportó ganancias inesperadas. La viuda, Jadiyyara, estaba convencida de que el éxito de la empresa no se debía únicamente a las condiciones del mercado sirio, sino también a la integridad y la eficacia de su líder. Preguntó a su esclava Maisara acerca de ello, y ésta se mostró de acuerdo, diciendo que pocas personas hubieran manejado sus asuntos con la honradez y simpatía que había mostrado el joven jefe. Esta declaración impresionó mucho a Jadiyya (ra), de cuarenta años de edad, y que había quedado viuda dos veces. Envió a una amiga suya para indagar del propio Profeta Muhammad (sa) si estaría dispuesto a casarse con ella. La mujer fue a ver al Profeta Muhammad (sa) y le preguntó por qué no se había casado. El Profeta Muhammad (sa) respondió que no tenía suficientes medios para contraer matrimonio. La visitante le preguntó si aceptaría casarse en el caso de encontrar una mujer rica y respetable. El Profeta Muhammad (sa) preguntó quién podría ser esta mujer y la visitante contestó que era Jadiyya (ra). El Profeta Muhammad (sa) se disculpó, alegando que la posición social de ella era demasiado elevada para él. La visitante le aseguró que resolvería todas las dificultades, y el Profeta Muhammad (sa) dijo que, siendo así, no podía sino consentir. En consecuencia, Jadiyya (ra) envió un mensaje al tío del Profeta Muhammad (sa). El matrimonio entre ambos se acordó y se celebró solemnemente.
Un hombre pobre, huérfano desde su infancia, veía por primera vez la prosperidad. Se hizo rico. El uso que dio a su riqueza constituye una lección para toda la humanidad: después de casarse, Jadiyya (ra) se percató de que siendo ella rica y su marido pobre, existía una desigualdad que podía erigirse en una barrera para su felicidad. Por lo tanto, decidió entregarle sus bienes y sus esclavos. El Profeta Muhammad (sa) anunció que tan pronto como pudiera, liberaría a los esclavos de Jadiyya (ra); y así lo hizo. Además, repartió entre los pobres la mayor parte de los bienes que había recibido de ella. Entre los esclavos liberados se encontraba un tal Zaid (ra) que parecía más inteligente y hábil que los demás. Provenía de una familia respetable, había sido raptado de niño y vendido de un lugar a otro, hasta llegar a La Meca. Una vez liberado, el joven Zaid (ra) se dio cuenta en seguida que le era preferible sacrificar su libertad y seguir sirviendo como esclavo al Profeta Muhammad (sa). Así, cuando el Profeta Muhammad (sa) liberó a los esclavos, Zaid (ra) se negó a ser liberado, pidiendo permiso para seguir viviendo con el Profeta Muhammad (sa). Así lo hizo, y con el tiempo su cariño hacia el Profeta Muhammad (sa) no hizo mas que aumentar. Mientras tanto, el padre y el tío de Zaid (ra), que se hallaban en su búsqueda, descubrieron que se hallaba en La Meca, en la casa del Profeta Muhammad (sa). Se dirigieron a su casa y pidieron al Profeta Muhammad (sa) la libertad de Zaid (ra), ofreciendo pagar el rescate que estipulara. El Profeta Muhammad (sa) respondió que Zaid (ra) era libre, y que podía irse con ellos cuando quisiera. Llamó a Zaid (ra) y le presentó a su padre y a su tío. Tras secar sus lágrimas, el padre de Zaid (ra) le dijo que había sido liberado por su bondadoso amo, y ya que su madre estaba muy afligida por la separación, Zaid (ra) debía regresar de inmediato a su hogar. Zaid (ra) contestó: “¡Padre! ¿Quién no ama a sus padres? Mi corazón rebosa de amor por ti y por mi madre. Pero siento tanto afecto por este hombre, Muhammad (sa), que no podría soportar la idea de vivir alejado de él. Os he encontrado y estoy contento. Pero no podría tolerar la separación de Muhammad (sa).” El padre y el tío de Zaid (ra) hicieron todo lo posible para persuadirle de que regresara a casa con ellos, pero Zaid (ra) se negó a acompañarles. Entonces, el Santo Profeta Muhammad (sa) declaró: “Zaid (ra) ya era un hombre libre, pero a partir de hoy será mi hijo.” Viendo el cariño que existía entre Zaid (ra) y el Profeta Muhammad (sa), el padre y el tío de Zaid (ra) regresaron, y Zaid (ra) permaneció con el Profeta Muhammad (sa) (Hisham).
El Profeta Muhammad (sa) recibe su primera revelación
Con más de treinta años, el amor a Dios y el deseo de adorarle iban poseyendo cada vez más al Profeta Muhammad (sa). Sentía repugnancia por los males y los numerosos vicios de los mequíes, y eligió para sus meditaciones un lugar situado a cinco kilómetros aproximadamente de la ciudad. Estaba en lo alto de una colina, una especie de cueva cavada en la roca. Su esposa Jadiyya (ra) le preparaba comida suficiente para algunos días, y él se retiraba, con estas provisiones, a la cueva llamada Hira. Allí adoraba a Dios, día y noche. Cuando tenía cuarenta años, tuvo una visión en esta cueva. Vio que alguien le ordenaba recitar. El Profeta Muhammad (sa) respondió que no sabía qué recitar, ni cómo hacerlo. La figura insistió y finalmente hizo que el Profeta Muhammad (sa) recitara los siguientes versículos:
“Recita en nombre de tu Señor que creó. Creó al hombre de un coágulo de sangre. ¡Recita! Y tu Señor es el Sumo Benefactor, que enseñó al hombre mediante la pluma; enseñó al hombre lo que no sabía.1”.
Estos versículos, los primeros revelados al Profeta Muhammad (sa), formaron parte del Corán, al igual que los demás revelados posteriormente. Su significado es muy profundo: ordenan al Profeta Muhammad (sa) levantarse y prepararse para proclamar el nombre de Dios Único, el Único Creador -del Profeta Muhammad (sa) y de toda la humanidad– que creó al hombre y sembró en su corazón la semilla de Su amor y del amor al prójimo. Se le ordena proclamar el Mensaje de Dios y se le promete ayuda y protección Divina en dicha Misión. Los versículos anuncian una época en la que se enseñará al mundo mediante la pluma todo tipo de ciencia, y cosas nunca conocidas antes. Estos versículos constituyen el epítome del Corán. Todo cuanto se enseñó posteriormente al Profeta Muhammad (sa) está contenido en esencia en estos versículos. Con ellos se establecen los cimientos de un gran paso antes desconocido en el progreso espiritual del hombre. Nos referimos aquí a ellos porque su revelación constituye un gran acontecimiento en la vida del Profeta Muhammad (sa). Al recibir esta revelación, el Profeta Muhammad (sa) temió no ser capaz de asumir la responsabilidad que dios le había confiado. Otra persona, en su lugar, se habría llenado de orgullo -se habría considerado ya grande-. El Profeta Muhammad (sa) era distinto. Era capaz de lograr grandes cosas sin enorgullecerse por ello. Después de este gran acontecimiento, regresó a casa en un estado de gran conmoción y con aspecto cansado. Al preguntarle Jadiyya (ra) qué había ocurrido, le contó toda la historia y le hizo partícipe de sus temores, diciendo: “Soy un hombre muy débil. ¿Cómo podré llevar la responsabilidad que Dios propone colocar sobre mis hombros?”. Jadiyya (ra) le respondió en seguida:
“Dios es Testigo de que no te ha enviado Su Palabra para que fracases y seas indigno de ella, y que Él tenga que abandonarte posteriormente. ¿Cómo podría Dios hacer tal cosa, si eres bondadoso y compasivo con tus parientes, y ayudas a los pobres y a los infelices a llevar su carga? Estás restaurando las virtudes que habían desaparecido de nuestro país. Siempre tratas con honor a los invitados y ayudas a los desgraciados. ¿Acaso Dios te puede someter a alguna prueba?” (Bujari).
Con estas palabras, Jadiyya (ra) acompañó al Profeta Muhammad (sa) a la casa de su primo cristiano Waraqa bin Naufal. Al conocer lo ocurrido, Waraqa exclamó: “El mismo ángel que descendió sobre Moisés, estoy seguro que ha descendido hoy sobre ti” (Bujari).
Los primeros conversos
Waraqa se refería, evidentemente, a la profecía contenida en Deuteronomio 18:18. Cuando las noticias llegaron a Zaid (ra), el liberto del Profeta (sa), que entonces tenía unos treinta años de edad, y a su primo ‘Ali, de unos once años, los dos declararon su fe en él. Abu Bakr (ra), un amigo de la infancia, se encontraba fuera de la ciudad. Mientras regresaba, oyó rumores de esta nueva experiencia que el Profeta (sa) había tenido. Le dijeron que su amigo se había vuelto loco, y que decía que los ángeles le traían mensajes de Dios. Abu Bakr (ra) confiaba totalmente en el Profeta (sa). No dudó por un momento de la veracidad de su afirmación; sabía que estaba cuerdo y que era sincero. Llamó a la puerta de su casa y una vez admitido a su presencia le preguntó sobre lo ocurrido. El Profeta (sa), temiendo que Abu Bakr (ra) le malentendiera, empezó una larga explicación. Abu Bakr (ra) le interrumpió, insistiendo en que sólo quería saber si de verdad un ángel de Dios había descendido sobre él para transmitirle un mensaje. El Profeta (sa) de nuevo quiso explicarle el incidente, pero Abu Bakr (ra) respondió que no pedía explicaciones, tan sólo quería saber si había recibido un mensaje de Dios. El Profeta (sa) contestó afirmativamente, y Abu Bakr (ra) declaró inmediatamente su fe, y tras hacerlo, declaró que todo argumento adicional habría restado valor a su fe. Conocía íntimamente al Profeta (sa) desde hacía mucho tiempo y no dudaba de él. Por lo tanto no le hacía falta ninguna explicación para convencerse de su veracidad. Este pequeño grupo de fieles, pues, fueron los primeros creyentes del islam: una mujer mayor, un niño de once años, un liberto que vivía entre forasteros, un joven amigo y el Profeta Muhammad (sa). Este fue el grupo que tomó la resolución tácita de extender la luz de Dios por todo el mundo. Cuando el pueblo y sus jefes oyeron todo esto, se rieron, declarando que estas personas habían enloquecido. No les suponía motivo de miedo ni de preocupación. Sin embargo, con el tiempo, la verdad comenzó a manifestarse, y como había dicho el Profeta Isaías (as) hacía ya mucho tiempo (28:13): precepto tras precepto; precepto tras precepto; línea tras línea; línea tras línea; un poco aquí y un poco allá, empezaron a descender sobre el Profeta Muhammad (sa).
Referencias
1. Sagrado Corán 96: 2-6
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