Existencia de Dios

La verdad sobre el amor verdadero

Por Farrukh Tahir, Canadá

Algunos argumentan que todo el mundo tiene una inclinación espiritual de un modo u otro. Incluso, los que niegan la existencia de Dios intentan conectar con algo más grande que ellos mismos.

Déjenme explicarlo.

Incluso antes de nacer, sentimos los matices del amor en el vientre de nuestra madre[1] Casi nadie es ajeno a esta fuerza de la naturaleza. Un océano de sentimientos, las mareas del amor fluyen y refluyen no solo en los corazones de los humanos, sino también en el de los animales.

El vínculo entre una madre y su bebé es el primero en exhibir esta potente inclinación. En el siglo anterior, los psicólogos y psicoterapeutas se han referido a la teoría del apego, un concepto formulado por el psicólogo británico John Bowlby, para describir este vínculo entre padres e hijos. En los seres humanos, esta teoría describe que la supervivencia o el desarrollo cognitivo saludable de un niño depende de los vínculos que establece en las primeras etapas de su vida[2]. Por lo tanto, además de estar arraigado en nuestra naturaleza, el amor es una necesidad fundamental. Muchos investigadores, como RF Baumeister y MR Leary, sugieren que el amor se encuentra entre las necesidades esenciales de la jerarquía de Maslow, en contra de lo que se pensaba hace casi un siglo[3].

Y no solo la comunidad científica atestigua el papel tan importante del amor en la condición humana.

Por supuesto, la religión siempre ha dado una importancia central al amor. Por ejemplo, el Dalai Lama escribe:

“La necesidad de amor está en la base misma de la existencia humana… La interdependencia, por supuesto, es una ley fundamental de la naturaleza. No solo las formas de vida superiores, sino también muchos de los insectos más pequeños son seres sociales que, sin ninguna religión, ley o educación, sobreviven mediante la cooperación mutua basada en un reconocimiento innato de su interconexión”[4].

Naturalmente, seguimos creciendo y vinculándonos a otros con la esperanza de encontrar un sentido de pertenencia. Aunque esta necesidad humana existe en todos los seres humanos, las verdaderas profundidades del amor no se pueden desenterrar solo con la constatación de nuestra dependencia de él. Sí, el amor está en todos nosotros, y reconocemos que es una necesidad básica, pero ¿Cuál es su papel en el gran esquema de las cosas?

En general, todos los fenómenos de la naturaleza desempeñan un papel más importante que el propio, algo más de lo que parece. Fíjate en otras necesidades básicas como la comida y el agua. La comida no es solo un medio de sustento, sino también un eslabón integral de la aparente e interminable cadena alimentaria. El agua no es algo que simplemente sostiene la vida, sino que la hace posible[5]: “Olvidamos que el ciclo del agua y el ciclo de la vida son una misma cosa”[6] Cada fuerza motriz y elemento de la naturaleza tiene una historia que contar. ¿Cuál es la historia del amor?

La historia del amor

Para muchos, el amor es la apreciación de la belleza. Es nuestra apreciación de lo bello -intrínseco o extrínseco- lo que despierta el susurro dormido del amor en nosotros. La inexplicable sensación de aleteo en el corazón, los escalofríos que descienden en cascada por nuestra columna vertebral, la serenidad en algo tan simple como una brisa fresca, activan la primera etapa de amar algo dentro de nosotros. En muchos casos, la belleza y el amor están literalmente unidos en el corazón.

Lo que es aún más intrigante es el efecto que la belleza tiene en nosotros. Hay pruebas que apoyan el hecho de que el cerebro humano no distingue entre arte y no arte, sino que tiene un sistema general de apreciación estética. Según muchos expertos, nuestro cerebro registra de la misma manera la belleza en el arte brillante, la música cautivadora, la serenidad de la naturaleza, las personas atractivas, los conceptos y patrones complicados, etc. La “neuroestética” había cuestionado anteriormente este concepto, al descubrir, mediante neuroimágenes, que el cerebro tiene un sistema estético general[7]. Sin embargo, otros datos también cuestionan esta opinión, demostrando las profundas complejidades inherentes a esta rama de la ciencia.

Tanto los científicos como los investigadores han sido incapaces de determinar de forma concluyente la razón por la que apreciamos y nos sentimos atraídos por la belleza.

En la búsqueda de la belleza – forjándola, o convirtiéndose en ella- los seres humanos, frente a todas las especies, siguen siendo incontestables. Somos los únicos dispuestos a llegar a extremos tan peligrosos por ella. Ya sea arriesgando la vida para vislumbrar el mundo desde la cima de una montaña, o gastando torrentes de dinero para contemplar la perfecta puesta de sol en la playa, hay algo intangiblemente caprichoso en la belleza. Es imposible resumir con exactitud cómo y por qué la música fascinante nos pone los pelos de punta, por qué parece que nos perdemos en las pinceladas de un cuadro, por qué nos detenemos y miramos al aire libre sobre un lago tranquilo, o por qué miramos al cielo nocturno estrellado y a nuestro interior, esperando conectar con el cosmos centelleante.

Tanto los científicos como los investigadores han sido incapaces de determinar de forma concluyente la razón por la que apreciamos y nos sentimos atraídos por la belleza. Tanto si nos fijamos en las relaciones humanas, como en el asombroso universo que nos rodea, más allá de la atracción sexual y de otras atracciones carnales necesarias para la supervivencia, la apreciación de la belleza aporta poco o ningún beneficio evolutivo. Algunos incluso afirman que el mundo no necesitaba ser bello en absoluto para funcionar y mantener la vida.

Todos buscamos algo más grande que nosotros mismos, algo que no podemos tocar, pero que nos llama de diferentes maneras. Ya sea que veamos este universo como la imagen más grande, que nos centremos en su origen, en la propia naturaleza, o que creamos en un Dios que lo causó en primer lugar, todos experimentamos esta sensación, esta atracción. Cuando asimilamos la altura de una montaña, nos quedamos mirando con asombro porque nos damos cuenta de su profundidad. Si un ateo quiere mirar el universo y llamarlo nada más que un sistema intrincado, está en su derecho. Pero no puede negar la detallada benevolencia del universo hacia el objetivo común de la vida y su supervivencia frente a las innumerables fuerzas que podrían destruirla. Según algunos, esa es la función de la belleza -administrar y apoyar el progreso de la vida-, y nuestro cerebro ofrece algunas pistas convincentes sobre este misterio.

Una de las regiones del cerebro que más se ilumina ante el espectáculo de la belleza es la corteza orbitofrontal medial, o COFm, que regula procesos cognitivos como las emociones, el pensamiento racional y la expresión de la personalidad, entre otras funciones[8], lo que sugiere que la belleza es una “emoción” visceral. En otras palabras, una sensación visceral, similar a cuando el cuerpo físico reacciona ante algo no físico. Por eso nos sentimos como nos sentimos cuando presenciamos algo bello. Curiosamente, la visión de la belleza también activa el caudado, una zona del cerebro relacionada con la curiosidad. Cuando vemos la belleza en la naturaleza, escuchamos nuestra canción favorita, o incluso cuando admiramos el rostro de nuestra persona amada, sentimos curiosidad y queremos ver más.

La belleza despierta en nosotros una especie de curiosidad inherente. El encanto de la curiosidad, al igual que el de la belleza, proviene de una sensación de incompletitud, de que falta algo. Por eso observamos la belleza con tanta atención: para descubrir algo más. Todas las bellezas de este vasto universo son un recipiente para el descubrimiento de Dios. Las “maravillas del mundo” se llaman así con razón, porque nos hacen maravillarnos. Algunos dirán que sentimos una gran sensación de plenitud al presenciar la belleza, y es cierto. A pesar del baile de neurotransmisores, al ver la belleza queda una sensación de vacío. No es nada irónico, pues, que observar la belleza estimule involuntariamente el cerebelo motor, la parte del cerebro que orquesta los movimientos de nuestras manos[9] La belleza nos hace literalmente alcanzar algo, sin siquiera darnos cuenta. No es de extrañar que anhelemos intrínsecamente explorar lo que hay más allá de este mundo.

Según el islam, todos buscamos naturalmente a Dios. Comenzamos esta búsqueda en el momento en que nacemos. Proyectamos el amor y la belleza que buscamos en nuestro Creador en los objetos que nublan nuestra visión. El Mesías Prometido y fundador de la Comunidad Musulmana Ahmadía, Hazrat Mirza Ghulam Ahmad (as), ofrece una hermosa propuesta sobre la belleza:

Es la atracción que el Verdadero Creador ha implantado en la naturaleza del hombre. La misma atracción entra en juego cada vez que una persona siente amor por otra. Es un reflejo de la atracción que es inherente a la naturaleza del hombre hacia Dios, como si estuviera en busca de algo que echa de menos, cuyo nombre ha olvidado y que busca encontrar en una cosa u otra, que retoma de vez en cuando. El amor de una persona por la riqueza o la descendencia o la esposa, o el hecho de que su alma se sienta atraída por una voz musical, son todos indicios de su búsqueda del Verdadero Amado”[10].

Tanto el amor como la belleza afirman la existencia de Dios. Son un recordatorio de que debemos sumarnos a Su descubrimiento, porque “las cosas mejores y más bellas de este mundo no se pueden ver, ni siquiera oír, sino que hay que sentirlas con el corazón”[11] [12].

Sobre el autor: Farrukh Tahir es imán de la Comunidad Musulmana Ahmadía de Canadá y miembro del equipo del Proyecto Existencia de la Review of Religions.

[1] Carol Sorgen, Bonding with Baby Before Birth,  (WebMD), https://www.webmd.com/baby/features/bonding-with-baby-before-birth#1

[2] Saul Mcleod, Bowlby’s Attachment Theory (Psychology Today 2017)  https://www.simplypsychology.org/bowlby.html

[3] Baumeister, R.F., & Leary, M.R. (1995). The need to belong: Desire for interpersonal attachments as a fundamental human motivation. Psychological Bulletin, 117 , p. 497

[4] Tenzin Gyatso Dalai Lama, Our Need for Love (Heal Your Life 2010) https://www.healyourlife.com/our-need-for-love

[5] Westall, Frances & Brack, Andre. (2018). The Importance of Water for Life. Space Science Reviews. 214. 10.1007/s11214-018-0476-7. https://www.researchgate.net/publication/323301290_The_Importance_of_Water_for_Life

[6] Jacques Yves Cousteau

[7] Steven Brown, Xiaoqing Gao, The Neuroscience of Beauty (Scientific American 2011) https://www.scientificamerican.com/article/the-neuroscience-of-beauty/

[8] Jonah Lehrer, Why Does Beauty Exist? (Wired 2011) https://www.wired.com/2011/07/why-does-beauty-exist/

[9] Robert Lee Hotz, Searching for the Why of Buy (Los Angeles Times 2005) https://www.latimes.com/news/la-sci-brain27feb27-story.html

[10] Hazrat Mirza Ghulam Ahmad (as) (1905), The Philosophy of the Teachings of Islam (Islam International Publications ltd. 2017), p. 80

[11] Helen Keller (1905). “The Story of My Life”, p. 203

[12] https://www.reviewofreligions.org/21150/true-love-and-the-perfect-life-partner/

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